Una era de revoluciones políticas 1770-1848


El período comprendido entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX se caracterizó por fuertes transformaciones a nivel po- lítico, económico y social en Europa. La Revolución industrial sustentó el desarrollo de la burguesía y del capitalismo. Las ideas de la Ilustración se consolidaron como la base ideológica de las grandes revoluciones políticas que acabaron con el Antiguo Régimen y sentaron las bases de los sistemas de gobierno, como la democracia y el comunismo. De este proceso, sur- gieron nuevas potencias que marcaron la pauta del desarrollo económico, político y tecnológico que llega hasta nuestros días.

Actividades Complementaria

La Ilustración
Durante el siglo XVIII, se desarrolló en Europa una co- rriente de pensamiento que se apoyaba en el dominio de la razón, para explicar su mundo natural, la sociedad y las ideas políticas. Este movimiento pretendía “iluminar al mundo con la luz de la razón”, y por ello recibió el nombre de Ilustración.

El pensamiento ilustrado
Los fi lósofos y pensadores ilustrados tuvieron como prin- cipios básicos el uso de la razón como medio principal de acceder al conocimiento, un espíritu crítico que les permi- tía cuestionar las ideas e instituciones políticas, sociales y religiosas de su época, un renovado interés por el mundo natural y el descubrimiento de sus leyes, la fe en el progreso intelectual y científi co que se podía alcanzar a través de la educación, y un afán de aplicar los descubrimientos y los aportes fi losófi cos a la realidad humana.

Se preocuparon por difundir sus ideas, y por ello crearon espacios como las sociedades científi cas, las academias, las tertulias en los salones y la prensa. Dirigidos por Jean D’Alembert y Denis Diderot, condensaron, en una monu- mental obra conocida como La Enciclopedia, los conoci- mientos científi cos que habían acumulado.

Teorías políticas de la Ilustración
Los pensadores ilustrados se apoyaron en el racionalismo de Descartes y en el ejemplo de las revoluciones burgueses inglesas del siglo XVII, para desarrollar nuevas teorías polí- ticas. Los tres pensadores más importantes fueron:

Montesquieu. En su obra El espíritu de las leyes, propuso un sistema de gobierno, la monarquía parlamentaria, en el cual el poder del Estado se dividía en tres poderes: el Legislativo, que dicta las leyes, el Ejecutivo, que las aplica, y el Judicial, que controla su cumplimiento.

 ■ Voltaire. En su obra Cartas fi losófi cas sobre los ingleses, propuso un régimen parlamentario que limitara el poder absoluto de los reyes. Fue un constante crítico del autori- tarismo, y promovió los principios de la libertad religiosa y económica.

Rousseau. En su obra El contrato social, planteó que el poder y la soberanía residen en el pueblo, y que las sociedades se organizan por un contrato social entre los hombres, quienes delegan su poder en unas autoridades, para someterse libremente a las leyes que emanan de esa voluntad general.

El despotismo ilustrado
En la segunda mitad del siglo XVIII, algunos reyes ab- solutistas adoptaron las ideas ilustradas, dando origen al despotismo ilustrado. Estos monarcas, aunque promovie- ron algunas reformas sociales y económicas, siguieron la máxima de “Todo para el pueblo, por el pueblo, pero sin el pueblo”, es decir, se trataba de unas reformas que provenían desde el poder, sin contar con la opinión de los ciudadanos del Estado, y no aceptaron las exigencias de una mayor li- bertad en el sistema político absolutista.

Las políticas reformistas de los déspotas ilustrados fueron: en cuanto a la administración, fomentaron la centralización de las instituciones, así como la promoción de una burocracia más técnica; en la economía, debilitaron el intervencionismo de las corporaciones o gremios, al tiempo que impulsaron la colonización de nuevas tierras y las nuevas industrias; en la educación, crearon nuevas instituciones y las orientaron hacia las ciencias con aplicación en la producción; en la religión, buscaron ejercer un mayor control sobre la Iglesia, lo que produjo enfrentamientos con Roma, y dio origen a medidas como la expulsión de los jesuitas.

Los déspotas ilustrados
El despotismo ilustrado se desarrolló en los principales Estados europeos, donde algunos de los monarcas más re- presentativos de esta tendencia fueron: el rey Federico II de Prusia, María Teresa y su hijo José II de Austria, Catalina II de Rusia y Carlos III de España.

■ Prusia. El rey Federico II renovó el ejército y la admi- nistración, estableció la tolerancia religiosa y reorganizó la administración judicial. Entabló amistad con fi lósofos como Voltaire, y se encargó de fomentar la cultura y las artes.

■ Austria. En este vasto imperio de Europa central, la em- peratriz María Teresa y su hijo José II limitaron el poder y los abusos de los nobles, abolieron la servidumbre personal y sometieron a la Iglesia católica al control del Estado.

■ Rusia. La emperatriz Catalina II liberó los bienes de la Iglesia y fomentó el desarrollo de nuevas industrias. Sin embargo, centralizó el poder y amplió sus dominios te- rritoriales.

■ España. Bajo el gobierno de Carlos III, se aplicaron las denominadas Reformas Borbónicas, las cuales busca- ron regular el comercio entre las colonias y la metrópoli, se promovieron las industrias de la Península y se les aseguró el monopolio de sus mercados coloniales; así mismo, se centralizó la administración de los territorios ultramarinos.

La independencia de los Estados Unidos
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, Gran Bre- taña poseía trece colonias sobre la costa oriental de Norteamérica, las cuales estaban divididas en tres zonas: las colonias del norte, las colonias centrales y las colonias del sur.

Las colonias del norte y centrales se caracterizaron por el predominio de pequeños propietarios, que vi- vían especialmente en áreas rurales y mantenían una producción agrícola de autoconsumo. En las áreas cos- teras se desarrollaron centros urbanos y comerciales como Filadelfi a, Nueva York y Boston.
Las colonias del sur se caracterizaron por sus grandes cultivos de algodón, arroz y tabaco, cuya producción se destinaba a satisfacer el mercado europeo.

La revolución: el origen de la independencia
La revolución norteamericana tuvo un origen político: los colonos blancos estaban descontentos porque, aunque aportaban impuestos como cualquier súbito británico, no tenían representantes en el Parlamento. Otra causa eran el cobro reiterativo de impuestos. Los colonos habían colaborado con Inglaterra en la Guerra de los Siete Años (1756-1763) contra los franceses. La corona británica necesitaba aumentar sus ingresos para soportar el costo del confl icto, por lo que decretó medidas como la restricción de comercio entre las colonias y la creación de impuestos sobre el azúcar (Sugar Act) y el papel timbrado (Stamp Act). Estas medidas fueron tomadas sin la participación de los colonos, quienes reclamaron su derecho a participar en la construcción de las leyes.

En 1773 la corona sancionó un nuevo impuesto sobre el consumo de té. Como forma de protesta, un grupo de ciudadanos de Boston asaltaron tres barcos de la Compañía de las Indias Orientales y arrojaron al agua el cargamento. Este hecho se conoció como el motín del té. En 1774, se reunieron en Filadelfi a representan- tes de las 13 colonias en el Primer Congreso Conti- nental, para tomar una posición común de resistencia a las leyes de la Corona. En ella, los delegados decidie- ron sabotear los cargamentos de mercancías prove- nientes de Inglaterra. La guerra comenzó en 1775.

La declaración de independencia
La guerra de independencia tuvo dos etapas. En la primera, de 1775 a 1776, los británicos enviaron tropas a sus colonias, pero estas fueron resistidas por las milicias organizadas por los pobladores locales. En mayo de 1775, los representantes de las colonias se reunieron en el Segundo Congreso Con- tinental, en el que decidieron organizar un ejército central, elegir a George Washington como su comandante y decla- rar la independencia de las colonias. Esta declaración fue efectuada el 4 de julio de 1776. En este congreso infl uyeron las ideas ilustradas de ideólogos como Benjamín Franklin y Th omas Jeff erson.

Durante la segunda etapa, ocurrida entre 1777 y 1781, los colonos fueron apoyados militarmente por Francia y Es- paña, y se enfrentaron al ejército inglés. Luego de los triun- fos en las batallas de Saratoga (1777) y Yorktown (1781), los británicos fueron defi nitivamente derrotados. En 1783, se fi rmó el Tratado de Versalles, en el cual, Gran Bretaña re- conoció la independencia de las colonias. Lamentablemente durante las batallas se perdieron gran cantidad de bienes y vidas humanas.

La organización del nuevo Estado
Después de fi nalizar la guerra, los representantes de las colo- nias debatieron sobre la formación de la estructura del nuevo Estado. Luego de varias discusiones, se convino redactar una constitución que fue aprobada en 1787. Este documento estableció un sistema federal de gobierno en el que los distintos estados eran autónomos en asuntos locales, pero delegaban poderes al naciente gobierno nacional. Para tal fi n, se establecieron tres instituciones de carácter nacional:

■ El Congreso. Era un órgano representativo formado por dos asambleas: la Cámara de representantes y el Senado. Se encargaba de elaborar las leyes.

■ El gobierno federal. Dirigido por el presidente, cuyo man- dato sería de cuatro años, renovables por otros cuatro.

■ La Corte Suprema de Justicia. Encargada de velar por el cumplimiento de las leyes.

La Revolución francesa
Uno de los acontecimientos que más infl uyó en el desa- rrollo histórico del mundo a lo largo del siglo XIX fue la Revolución francesa de 1789. Esta dio inicio a un proceso de cambios políticos y sociales que trascendieron las fron- teras francesas y estructuraron la vida política de muchas naciones hasta nuestros días. Se suprimieron los antiguos derechos feudales, se proclamó la igualdad de todas las personas ante la ley, se instauró la república y se consolidó la doctrina sobre la soberanía del pueblo por encima de los derechos del rey.

Antecedentes de la Revolución
Durante el siglo XVIII, Francia al igual que España y Portu- gal, se caracterizaban por tener una división estamental y un sistema de gobierno absolutista, al que se conocía como Antiguo Régimen.

La sociedad estaba dividida en tres estamentos o estados principales:

■ La nobleza: conformada por tres grupos: la alta nobleza de espada que tenía un origen militar y de familias reales tradicionales; la alta nobleza de toga, de origen burgués, que obtuvo títulos nobiliarios gracias a vínculos matri- moniales con la nobleza tradicional, y la baja nobleza, la cual no percibía rentas pero disfrutaba de privilegios.

■ El clero: compuesto por el alto y bajo clero. El alto clero era cercano a la nobleza de Versalles y dueño de una décima parte del territorio francés. El bajo clero se loca- lizaba en las provincias y tenía menos privilegios.

■ El tercer estado o estado llano: representaba el mayor porcentaje de la población y estaba conformado por la alta y pequeña burguesía, así como por las clases urba- nas y campesinas. La alta burguesía estaba compuesta por los fi nancieros, banqueros y grandes comerciantes, y la pequeña burguesía, por profesionales liberales, peque- ños comerciantes y maestros artesanos. Los campesinos eran el sector menos favorecido dentro del tercer estado, pues vivían en condiciones precarias de pobreza y de servidumbre.

La nobleza y el clero eran dueños de la mayoría de las tierras, controlaban el poder político y disfrutaban de privilegios como no pagar impuestos y tener leyes especiales. La mayo- ría de la población soportaba las cargas fi scales con las que se sostenía la estructura administrativa de los Estados y la minoría privilegiada.

Causas de la Revolución 
En la segunda mitad del siglo XVIII, Francia era el Estado más representativo del Antiguo Régimen: era absolutista con una economía rural y una sociedad estamental. En esta situación, cuatro tipos de causas provocaron la Revolución: 

■ Económicas. Desde 1760 se sucedieron una serie de malas cosechas que llevaron a la ruina a los productores de cereales y de vinos. Además, la autorización para la exportación de trigo en 1787, redujo su disponibilidad en el mercado interno. Las malas cosechas de 1788 y 1789 provocaron el incremento de precios de productos agrícolas, entre ellos el trigo, base de la alimentación de los sectores pobres. Además, Francia vivió un incremento demográfi co al llegar a tener una población de 28 millo- nes de habitantes en 1789. 

■ Fiscales. El Estado francés se encontraba en una grave crisis fi nanciera, ya que a lo largo del siglo XVIII se había embarcado en continuas guerras contra las potencias eu- ropeas. Además, el apoyo militar que brindó a la guerra de independencia norteamericana la condujo a la banca- rrota fi nal. Para 1788, los gastos militares y diplomáticos absorbían el 25% del presupuesto, mientras que los exce- sos del rey y su corte solo representaban el 6%. 

■ Sociales. La crisis económica y sus posibles soluciones generaron un gran descontento entre todos los sectores sociales. Las medidas de emergencia propuestas por los ministros del rey Luis XVI, que obligaban al pago de impuestos sobre la propiedad, fueron rechazadas por los sectores nobles y clericales.
 Los burgueses estaban descontentos porque, a pesar de su creciente poder económico, carecían del poder político. Además, consideraban injusto que solo el tercer estado, al cual pertenecían, pagara impuestos. 

■ Ideológicas. La infl uencia de las ideas ilustradas hizo que la mayoría de la población tomara conciencia de que el Estado debía respetar sus derechos.

El gobierno de Luis XVI 
Quien gobernaba en Francia en esta época era el rey Luis XVI, casado con María Antonieta, que era de origen aus- triaco. María Antonieta gozaba de gran poder e infl uencia, aunque en realidad era ignorante en cuestiones de política. Luis XVI, por su parte, era consciente de la difícil situación por la que atravesaba el reino, pero su débil carácter no le permitió afrontar los problemas.

Los monarcas de Francia eran tan detestados que en las pla- zas, a escondidas de la guardia real, los bufones imitaban a Luis XVI por carecer de dominio y a María Antonieta por gastar el dinero de Francia en perfumes y elegantes trajes.

Fases de la Revolución 
La Revolución francesa se dividió en cuatro fases que fueron: 

■ La convocatoria de los Estados Generales.
■ La Asamblea Nacional Constituyente. 
■ La Convención. 
■ El Directorio.

La convocatoria de los Estados Generales 
En 1789, ante la grave crisis económica, Luis XVI con- vocó a los Estados Generales, que representaban a los tres estamentos que conformaban la sociedad francesa: el clero, la nobleza y el tercer Estado, conformado por burgueses, campesinos y sectores populares urbanos, los cuales eran llamados sans-culottes. La burguesía estaba formada por comerciantes, artesanos, hombres de negocios, banqueros y abogados. Estos últimos eran hombres cultos e instruidos en el arte de hablar y convencer al pueblo, se destacaron como oradores en las tribunas, en las plazas públicas y lideraron el tercer Estado.

Aunque la asamblea no se reunía desde 1615, es decir, hacía más de 150 años, la idea del rey era dar solución a los problemas de Francia. Por ello, el 5 de mayo de 1789, en el palacio de Versalles, comenzaron las sesio- nes de los Estados Generales con 1.200 diputados: 300 de la nobleza, 300 del clero y 600 del tercer Estado. En su discurso de apertura, el rey manifestó que esta asam- blea debía limitarse a tratar las cuestiones económicas, dejando de lado las cuestiones políticas. Además, las sesiones quedaron atrasadas por el desacuerdo en el sistema de votación que consistía en que cada estado emitía un voto con respecto al tema que se estuviera tratando. En este caso, la nobleza y el clero se aliaron para defender sus privilegios, de manera que poseían dos tercios de los votos.

Ante esta situación, el tercer 
Estado solicitó que los votos fueran individuales, es decir, no por estamento sino por persona, con el fi n neutralizar dicha alianza. El clero y la nobleza se negaron a aceptar dicha peti- ción lo que motivó a los miembros del tercer Estado a constituir una Asamblea Nacional.

El 20 de junio, sus integrantes hicieron el Juramento del Juego de la Pelota. El acto se realizó en un salón del palacio en el que se practicaba este deporte, y por el cual se comprometieron a no separarse hasta aprobar la Constitución. El 9 de julio, esta asamblea se transformó en Asamblea Nacional Constituyente.

La Asamblea Nacional Constituyente
Atemorizado por el desarrollo de los acontecimientos, el rey Luis XVI ordenó el despliegue de tropas en Ver- salles y París. Esta medida desató la furia del pueblo parisino, que el 14 de julio asaltó La Bastilla, prisión política y símbolo del poder real. Bajo las órdenes del Marqués de Lafayette, las milicias revolucionarias conformaron la Guardia Nacional. La revolución de París se extendió a las provincias francesas, donde las multitudes de campesinos asaltaron castillos y residen- cias de la nobleza.
La Asamblea Constituyente abolió los privilegios seño- riales y, el 26 de agosto, aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, documento que serviría de prefacio para la futura constitución y que estaba basado en los principios de libertad, igual- dad y fraternidad. Con esta declaración no habría nobles y plebeyos, sino ciudadanos franceses.

A continuación, la Asamblea decidió realizar una re- forma eclesiástica, con el objetivo de hacer efectiva la igualdad y ampliar la disponibilidad de tierras para los ciudadanos. Para ello, dispuso la nacionalización de los bienes eclesiásticos y su venta en subasta pública. La Iglesia católica era dueña de cerca del 10% de las tie- rras del país, y estaba exenta de todo tipo de impuestos. Por ello, esta disposición la afectó enormemente, pues perdía la tierra y el cobro del diezmo.

La Constitución de 1791
En los meses siguientes, la Asamblea prosiguió con la elaboración de su Constitución, la cual se promulgó en septiembre de 1791. Esta convirtió a Francia en una monarquía constitucional limitada, en la que el rey perdía sus poderes legislativos, pero consideraba la potestad de vetar leyes y manejar las relaciones exte- riores del país. El poder legislativo quedó en manos de una Asamblea Legislativa que era elegida por medio del sufragio censitario. El país se dividió en 83 depar- tamentos, se proclamó la libertad de empresa y de tra- bajo, así mismo se secularizaron los bienes de la Iglesia. Finalmente, Luis XVI convocó a elecciones para elegir a los miembros de la Asamblea Legislativa.

En el lapso en que se hacía la constitución, muchos miembros de la nobleza salieron del país y alentaron a otras monarquías a intervenir en Francia. Con ese respaldo, Luis XVI y su familia intentaron huir en junio de 1791, pero fueron capturados. Este hecho acrecentó los temores del pueblo de un “complot de la nobleza”, lo que provocó saqueos sobre propiedades de la nobleza y estimuló el crecimiento de grupos políticos radicales.

La Convención 
Las reformas implantadas por los revolucionarios preocuparon a las monarquías europeas. Por ello, en abril de 1792, los ejércitos de Austria y Prusia invadieron Francia y derrotaron a las fuerzas revo- lucionarias. El pueblo sospechó que el rey estaba conspirando contra la revolución, por lo que atacó el palacio de las Tullerías en agosto de 1792. La revuelta decretó el fi n de la Asamblea Constituyente y el arresto del rey. En septiembre se convocó a elec- ciones para formar una nueva asamblea, llamada la Convención. En ella, las dos facciones políticas más importantes eran: 

■ Los girondinos. Conformada por representantes de la alta burguesía, cuya postura era moderada y de apoyo a la legalidad constitucional. 

■ Los jacobinos. Sus integrantes provenían de los sec- tores más populares, y sus posturas eran extremistas y radicales.

La convención girondina 
Esta fase fue dominada por los girondinos, la cual decretó la abolición de la monarquía y el estable- cimiento de la república. Poco después, el rey fue acusado de traición y en enero de 1793, ejecutado en la guillotina. Este hecho provocó la formación de una gran coalición europea contra Francia. Asimismo, en la región de La Vendée inicio una sublevación contra- rrevolucionaria de campesinos católicos y realistas, la cual se extendió por varios departamentos y sumió al país en una guerra civil. Estos hechos permitieron la formación de un Comité de Salvación Pública diri- gido por los jacobinos. 

La convención jacobina 
Entre junio de 1793 y julio de 1794, la Revolución entró a su fase más radical. Luego de la caída de los gi- rondinos, se aprobó la Constitución del año I (1793), que incluía el sufragio universal y amplios derechos políticos y sociales. Sin embargo, la aguda situación política no permitió su implementación y sí, por el contrario, una dictadura que se conoció como el pe- ríodo de terror.

Liderada por el dictador Maximilien de Robespierre, se decretó la ejecución de más de 50 mil personas acusadas de traición a la revolución. Estos excesos, ocasionaron la reacción de la Convención, que llevó a la ejecución de Robespierre y al establecimiento de una nueva constitución en 1795, en la que se crearon dos cámaras legislativas y el poder ejecutivo recayó en un Directorio.

El Directorio 
Desde 1795, la revuelta retomó su carácter revolu- cionario y burgués. Para evitar el resurgimiento de la dictadura, el Directorio fue conformado por cinco miembros, elegidos uno por año y dotados de poderes limitados. Asimismo, el poder legislativo recayó en el Consejo de los Ancianos y en el Consejo de los Quinientos.

El nuevo régimen, compuesto principalmente por la burguesía moderada, era impopular y tuvo la oposi- ción de los sectores monárquicos y jacobinos, lo que conllevó una notable inestabilidad. Conjuras y levan- tamientos, como las conspiraciones de Babeuf en 1796, Fructidor en 1797, Floreal en 1798 y Pradial en 1799, caracterizaron este período.

No obstante, en el ámbito externo la situación empezó a mejorar. Los ejércitos revolucionarios lograron sen- dos triunfos sobre los de la gran coalición europea, mientras que algunos países empezaron a respetar las nuevas ideas. En estas campañas, comenzó a destacar la fi gura del general Napoleón Bonaparte.

En pocos años, Francia pasó de invadida a invasora, pues sus tropas avanzaron más allá de sus fronteras, llevando al exterior las consignas de la Revolución y derrotando a los regímenes absolutistas de casi toda Europa.


La era napoleónica (1799-1815)
Napoleón Bonaparte,
el joven general Para 1799, la fi gura de Napoleón Bonaparte era reconocida por todos los franceses. Nacido en la isla de Córcega en 1769, estudió en las escuelas militares de Brienne (1779- 1784) y París (1785). Como teniente de artillería, participó en las primeras luchas de la Revolución francesa en su natal Córcega. En 1793, como capitán, se declaró seguidor de los jacobinos y fue nombrado comandante de artillería del Puerto de Tolón, donde luchó contra las tropas españolas e inglesas.

A la caída de Robespierre, el recién ascendido general de brigada se hallaba de campaña en Italia, como jefe de artille- ría. Allí, fue destituido de su cargo y regresó a París, donde un hecho lo reintegraría al ejército: el aplacamiento de la sublevación realista en París en 1795.

Esta participación le mereció el reconocimiento del Directo- rio, y fue nombrado general de división. En 1796, participó en una expedición militar por Italia donde venció a los aus- triacos. Para 1798, emprendió una expedición militar por Egipto donde luchó contra el poderío inglés, y sus éxitos militares se disminuyeron.

De regreso en Francia, y aprovechando su popularidad, Napoleón regresó triunfal a París. Los sectores populares, cansados del inoperante Directorio y sus dos cámaras, veía en el joven general, al hombre indicado para organizar al Estado francés. El 9 de noviembre de 1799, o 18 brumario según el calendario republicano, participó en un golpe de Estado parlamentario y estableció un nuevo régimen: el Consulado.

El Consulado
Aunque el régimen consular determinó la existencia de tres cónsules: Sieyès, Ducos y Bonaparte, poco tiempo pasó para que Napoleón se alzara con la dignidad de primer cónsul vitalicio, y asumiera poderes casi dictatoriales en virtud de la Constitución de 1799. Estaba apoyado en cuatro asambleas: el Consejo de Estado, el Senado, el Cuerpo Legislativo y el Tribunado. Los otros dos cónsules solo cumplían funciones consultivas. A partir de este momento, se sentaron las bases de la nueva Francia a través de la reorganización completa del país en todos los campos: se institucionalizó el gobierno nacional, se reorganizó la hacienda y se estabilizaron los impuestos, al fundar el Banco de Francia, se regularizó la educación y se creó un nuevo código civil.

La política interna de Napoleón El objetivo central de la política napoleónica fue consolidar las conquistas revolucionarias y evitar el retorno de la mo- narquía, aunque sin dar concesiones a los grupos radicales. Por ello, se concentró en los siguientes aspectos:

 ■ La pacifi cación social. Para ello permitió el regreso de los sectores nobiliarios y populares exiliados y gobernó apoyándose en un equipo plural y moderado, que incluía antiguos personajes de la monarquía y personajes muy identifi cados con la Revolución.

 Asimismo, buscó facilitar el regreso de quienes habían emigrado de Francia, tanto de los realistas como de los jacobinos. Para ello, ofreció una amnistía, que poco a poco fue aceptada por la mayoría.

 ■ La aplicación de reformas sociales y económicas. Esto implicó la reorganización fi scal y administrativa del país bajo un modelo centralista; la reestructuración de las fi nanzas públicas a través de la creación del Banco de Francia y de una nueva moneda: el franco germinal; así como el fomento de la ecuación a través de liceos.

 Bonaparte que no se sentía atraído por los temas econó- micos se rodeó de especialistas, que acometieran la tarea del saneamiento económico y fi nanciero. Estos especialis- tas implantaron un nuevo sistema de recaudación de los impuestos, administraron organizadamente los fondos del Estado y estabilizaron la moneda.

■ La normalización de las relaciones con la Iglesia. En el año de 1801, Napoleón fi rmó un Concordato con el papa Pío VII, por medio del cual se reconoció el papel y la importancia de la Iglesia en el Estado francés. Simultá- neamente consolidó la tolerancia religiosa aplicada desde comienzos de la Revolución.

■ La elaboración del Código Civil o Código napoleónico. En este proyecto, en el que intervino personalmente, Na- poleón logró consolidar muchos de los logros revolucio- narios: los derechos a la propiedad, la libertad individual y la igualdad ante la ley, así como la reglamentación del matrimonio civil y el divorcio. De esta manera se pusie- ron las bases del Estado francés. Para Napoleón, las leyes tenían igual importancia que las campañas militares, e infl uyeron sobre el derecho privado de las naciones lati- noamericanas.

Sin embargo, estas reformas estuvieron acompañadas de una dura represión contra los oponentes, como los jaco- binos y realistas, y la censura de prensa. Así, el camino al autoritarismo se fue consolidando cada vez más, y terminó con la autoproclamación de Napoleón como Emperador de Francia en 1804.

El Imperio
Luego de ser consagrado como “emperador de los franceses”, Napoleón concentró sus esfuerzos en la difusión de los principios de la Revolu- ción por toda Europa. Así, en muchos países, la llegada de los ejércitos napoleónicos signifi có la abolición del feudalismo y la monarquía, la implantación de instituciones liberales, la redacción de constituciones y la adopción de las reformas en la Iglesia. En este proceso, chocó contra los intereses de todas las monarquías europeas.

La campaña militar 
Antes de ser emperador, Napoleón había consolidado algunos éxitos mi- litares: Italia había quedado convertida en república y anexada a Francia; la isla de Elba fue ocupada y las islas de Santo Domingo se convirtieron en el punto de lanza de un posible imperio colonial en América.

En Europa, Inglaterra, su enemiga directa, se puso al frente de una coali- ción conformada por Austria y Rusia. Sin embargo, las campañas de los ejércitos franceses por el este del continente llegaron hasta el río Danu- bio, donde derrotaron a las tropas austro-rusas en las batallas de Ulm y Austerlitz en 1805. Este mismo año, se presentaron las victorias en las Batallas de Jena, en la que se derrotó a los prusianos, y la Friedland, donde sucedió lo mismo con los rusos. Sin embargo, la senda victoriosa se detuvo en la batalla naval de Trafalgar, cuando los ingleses, al mando del Almirante Nelson, derrotaron a la armada francesa.

Para 1806, Napoleón dominaba gran parte de los territorios continentales europeos y decretó un bloqueo continental contra Inglaterra, por el cual ningún buque inglés podía entrar a puertos europeos. Posteriormente, en 1808, invadió España y Portugal, y puso en el trono a su hermano José Bonaparte. No obstante, en España su ejército sufrió el embate del levantamiento de sus habitantes durante largos cinco años.

La decadencia 
En 1812, el dominio de Napoleón alcanzó su máximo apogeo: com- prendía desde Portugal hasta el imperio Austro-húngaro, y desde el mar Mediterráneo hasta el Mar del Norte y el Báltico. Sin embargo, en este mismo año, el Imperio napoleónico empezó a decaer a causa del intento por invadir a Rusia, ya que el crudo invierno y los ejércitos rusos diezmaron a las fuerzas expedicionarias francesas. Esta situación fue aprovechada por Inglaterra, Rusia y Prusia, para establecer una nueva coalición a la que se unieron Suecia y Austria. En 1813, en la batalla de Leipzig, los ejércitos franceses se retiraron de los reinos ocupados que, al verse libres, restablecieron sus propias monarquías.

En 1814, los ejércitos aliados invadieron Francia y Napoleón abdicó del poder. Luis XVIII, hermano de Luis XVI, ascendió al trono de Francia y Napoleón se exilió en la Isla de Elba.

La paz se estableció mediante el Tratado de París, con el que Francia volvió a las fronteras que tenía en 1792. Napoleón fue enviado a la isla de Elba pero, seguro del apoyo del pueblo, regresó a Francia en 1815 y se reinstaló en el trono. Este período fue conocido como los cien días.

Los cien días 
Menos de un año duró el exilio de Napoleón. El nuevo rey, rodeado de una corte monarquista que quería borrar los adelantos de la Revolución francesa, levantó la antipatía de los sectores populares. El 1º de marzo de 1815, Napoleón desembarcó en las cercanías de Cannes y se dirigió hacia París, donde derrocó a Luis XVIII y se encaminó a reconstruir su ejército. Pero las naciones vencedoras volvieron a rearmarse y lo derrocaron este mismo año en la batalla de Waterloo. Napoleón fue deportado hacia la isla de Santa Helena, donde permaneció hasta su muerte. En noviem- bre de 1815, se fi rmó el segundo Tratado de París, dejando a Francia totalmente dominada por las potencias vencedoras y restaurando a Luis XVIII en el trono.

La restauración monárquica (1815-1830) 
El Congreso de Viena Tras la derrota de Napoleón, las potencias europeas bus- caron acabar con el legado de la Revolución francesa, y concretar una paz defi nitiva en el continente. Para ello, se reunieron en Viena entre 1814 y 1815, el zar ruso Alejandro I y los embajadores Metternich de Austria, Castlereagh de Gran Bretaña, Handenberg de Prusia, y Talleyrand de Francia. Esta reunión buscó erradicar las ideas liberales, res- taurando los principios monárquicos de orden y autoridad, y rescatando la idea del poder divino de los reyes, el cual se consideró legítimo, frente al principio revolucionario y bonapartista de usurpación del poder.

También se reconfi guró el mapa europeo, a partir de los intereses de las grandes potencias: Rusia se anexó a Finlan- dia y controlaba gran parte de Polonia; Austria obtuvo las regiones italianas de Lombardía y Véneto; Prusia recibió los reinos de Renania, Sarre y Sajonia; Gran Bretaña aseguró su dominio marítimo y la apertura de Europa para sus ma- nufacturas, y Francia retornó a sus fronteras de 1792. Para frenar su expansionismo, se crearon los estados tapón de Bélgica y Holanda. Además de lo anterior, el Congreso creó organismos y mecanismos como la censura de prensa para impedir futuras revoluciones. 

El nuevo orden europeo En noviembre de 1815, el zar Alejandro I propuso la crea- ción de una Santa Alianza, conformada por Rusia, Austria y Prusia, la cual estaría encargada de mantener las fronteras establecidas y defender las monarquías y los principios cristianos. Este sistema fue transformado por Metternich, quien lo convirtió en un mecanismo de seguridad colectiva, que podía intervenir en cualquier país, ante cualquier movi- miento revolucionario, al tiempo que aseguraba la igualdad de los monarcas, evitando así cualquier pretensión hegemó- nica de una potencia en particular.

El retorno del absolutismo
En Francia, el rey Luis XVIII accedió al trono y conservó la soberanía absoluta, aunque reconoció una constitución. Según esta, la autorización de nuevos impuestos era com- petencia de dos Cámaras, además, se conservó un pequeño catálogo de derechos fundamentes, el principio de igualdad ante la ley y la garantía de propiedad de todos los bienes adquiridos durante la Revolución. Sin embargo, el miedo al resurgimiento de la revolución desató el “terror blanco” que reforzó la vigilancia y la censura a los bonapartistas y a la prensa. Se aprobaron leyes que permitían arrestos arbitra- rios y control a todo tipo de reuniones. 

En Alemania, se garantizó la igualdad de derechos entre los 34 reinos soberanos y las cuatro ciudades imperiales, estableciéndose una constitución en cada Estado. Mien- tras en Prusia la nobleza y la burguesía participaban en el gobierno, a través de las Cámaras, en Austria, la aris- tocracia se fortaleció y su poder estaba por encima de la Constitución.

La verdadera restauración se dio en España, pues al regreso de Fernando VII, se revocó la constitución liberal de 1812 y se restableció la Inquisición, en Roma, donde el Papa reorganizó los Estados Pontifi cios, restableció a los jesuitas y atacó a la Ilustración. En los Cantones suizos y en las ciu- dades imperiales alemanas, se restablecieron las antiguas constituciones aristocráticas y estamentales.

Las resistencias a la restauración monárquica 
Entre sectores burgueses de muchos países, las reivindica- ciones liberales de la Revolución francesa mantuvieron su vigencia. En España, estalló la revolución en 1820 con el levantamiento del coronel Riego, el cual aprovecharon los liberales para obligar al rey a jurar fi delidad a la Constitu- ción de 1812. Sin embargo, Chateaubriand, ministro de exteriores francés, envió al ejército que rápidamente derribó el régimen constitucional español y repuso a Fernando VII como rey absoluto. En Portugal, un grupo de ofi ciales intro- dujo una constitución radical y obligó a la corte a aceptarla, sin embargo, cuando la Armada Británica retiró su apoyo a los liberales portugueses, se volvieron a organizar las anti- guas cortes.

En el Piamonte italiano y en el reino de las Dos Sicilias, se presentaron levantamientos de carácter independentista y nacionalista, que fueron aplastados por los ejércitos del em- perador austriaco.

Las revoluciones liberales
Las medidas restauradoras fueron inútiles para frenar los cambios políticos, económicos y sociales surgidos de las revoluciones francesas e industrial. Además, los diferentes sectores no estaban dispuestos a renunciar a sus derechos políticos, por lo que se agruparon en tres grandes tendencias:

 ■ La liberal demócrata. Inspirada en la Revolución francesa de 1789 y 1791, representaba los intereses de la alta burguesía. Buscaba el establecimiento de una monarquía constitucional con voto censitario. 

■ La radical democrática. Fundamentada en la Revo- lución francesa de 1792, representaba los intereses de la pequeña burguesía, los intelectuales y los due- ños de fábricas y talleres. Su modelo político era la república con sufragio universal masculino. 

■ La socialista. Inspirada en el jacobinismo extremo, representaba los intereses de la naciente clase obrera. Su modelo político era la república con sufragio uni- versal masculino.
Estas tendencias y actores políticos, tendrían gran pro- tagonismo en las revoluciones liberales de la segunda mitad del siglo XIX: la de 1830 y la de 1848.

La revolución de 1830 
El ciclo revolucionario de 1830 inició en Francia, cuan- do el rey Carlos X, que había sucedido a su hermano Luis XVIII, optó por la restauración de la monarquía absolutista. Para ello, expidió una serie de leyes que abarcaban la disolución de la Cámara baja, el cambio del sistema de sufragio, que excluía a la burguesía y la supresión de la libertad de prensa.

Entre el 26 y 29 de julio de 1830, los estudiantes, obre- ros y otros sectores populares levantaron barricadas en las calles de París y se enfrentaron al ejército. El 29 de julio, Carlos X abdicó al trono y fue sucedido por Luis Felipe de Orleans. El nuevo rey, con el apoyo de la alta burguesía, excluyó de todas las decisiones políticas a los sectores populares que luchaban en las calles.

El nuevo gobierno estableció una monarquía parla- mentaria, en la cual los miembros de la alta burguesía obtuvieron los puestos estatales de la nobleza, además de grandes prerrogativas que les permitió incrementar sus riquezas. Mientras tanto, los sectores populares fueron reprimidos cada vez que se quejaron de sus malas condiciones de vida.

La expansión de la revolución por Europa 
La revolución de julio de 1830 se extendió por varios lugares de Europa, como Bélgica, los principados alemanes, Polonia e Italia.

 ■ Bélgica. En agosto de 1830, estalló en Bruselas un movimiento nacionalista que exigía la independencia de Bélgica de Holanda. Respaldado por Inglaterra y Francia, el movimiento estableció una monarquía constitucional dirigida por el príncipe Leopoldo de Sajonia-Coburgo y elaboró una constitución caracterizada por su liberalismo moderado. 

■ Principados alemanes. La revolución ocasionó el derrocamiento de varios reyes en los principados de Alemania Central, al tiempo que se instauraron en ellos constituciones liberales con división de poderes. 

■ Polonia. En noviembre de 1830, los ofi ciales del ejército y naciona- listas polacos se sublevaron contra el poder de los rusos. Si embargo, este movimiento fracasó por la falta de la ayuda esperada de potencias como Francia y fue reprimido por los rusos. 

■ Italia. Levantamientos de tipo liberal se llevaron acabo en Parma, Módena y Romaña, pero fueron oprimidos por las tropas austriacas.
La revolución de 1830 dividió a Europa en dos bandos: un sector de go- biernos liberales, compuesto por Francia, Inglaterra y Bélgica; y un sec- tor autoritario y reaccionario, conformado por Austria, Prusia y Rusia. Además, la revolución retomó un concepto que estaría presente en todo el siglo XIX: el Nacionalismo.

El Nacionalismo 
Este concepto es complejo, pero se podría defi nir como la ideología que atribuye una identidad propia a un te- rritorio y a sus pobladores. Este término, que surgió de la Revolución francesa de 1792, se basa en el principio de “frontera natural” de la nación, que es el espacio donde debía ser ejercida la “soberanía del pueblo”. Para 1830, la conciencia nacional renació entre los pueblos ocupados por potencias europeas, enfrentándolas con poco éxito. El Nacionalismo tuvo dos tendencias:

 ■ Acción revolucionaria internacional. Se funda- mentaba en la construcción de una gran herman- dad internacional con la contribución de todas las naciones. Su principal exponente fue Giuseppe Ma- zzini, que lideró entre 1830 y 1840 los movimientos nacionalistas de la Joven Italia y la Joven Europa. 

■ Nacionalismo antiliberal. Se caracterizaba por dar importancia a aspectos como los límites históricos, las tradiciones folklóricas, lingüísticas, políticas y religiosas. Esta fue la base del nacionalismo alemán, cuyas cimientos se atribuyen a Johann Gottfried von Herder y a Johann Gottlieb Fichte.


La revolución de 1848 
El descontento que surgió por parte de los sectores excluidos, después de la revolución de 1830, creó las condiciones para un nuevo ciclo revolucionario en el primer semestre de 1848. Los levantamientos propi- ciaron importantes cambios democráticos como la or- ganización política del proletariado y la generalización del derecho al voto.

Causas de la revolución Estas se pueden agrupar en políticas y sociales. 

■ Políticas. La revolución de 1830 había dejado un liberalismo moderado, en el que la participación de amplias capas sociales era inexistente y se reservaba solo a la alta burguesía y la antigua aristocracia. Por ello, la pequeña burguesía y los sectores populares exigieron ser tenidos en cuenta. Además, pidieron la abolición del sufragio censatario para que fuera remplazado por el sufragio universal. Finalmente, proclamaron el establecimiento de la República, acorde a sus pretensiones democráticas. 

■ Sociales. Las reivindicaciones sociales eran muy diferentes en ambos sectores de Europa. En Europa oriental y central, donde el sistema de explotación feudal continuaba vigente, los grupos revoluciona- rios pedían su abolición. Mientras que en Europa Occidental, que era más industrializada y con una creciente masa de trabajadores, se exigían mejoras sociales y protección estatal.

Francia y la Revolución Para 1848, la oleada revolucionaria comenzó nueva- mente en Francia. La pequeña burguesía, las clases populares, los republicanos y los nacientes socialistas se unieron para exigir la ampliación del sufragio uni- versal y mayores libertades políticas. El 23 de febrero, la negativa del gobierno de permitir la celebración de un banquete entre los miembros de la oposición, desató enfrentamientos callejeros con el ejército del rey. Ante la presión popular, Luis Felipe abdicó al trono y fue remplazado por un gobierno transitorio. En abril, se dio inicio a la Segunda República y se presentó una división entre dos bandos políticos: el primero, confor- mado por toda la burguesía y los conservadores, que tenían temor de las masas obreras y querían mantener sus privilegios; y el segundo, conformado por obreros y socialistas, que se oponían a las aspiraciones de los primeros. Finalmente, fue elegido presidente el candi- dato conservador Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón Bonaparte, y se acallaron las reivindica- ciones de los obreros.


La Revolución de 1848 en Europa o la “Primavera de los pueblos” 
Desde Francia, la revolución se expandió por algunos Estados europeos, afectando principalmente al Imperio austriaco, a la Confederación alemana e Italia.

 ■ Imperio austriaco. Como Austria era un imperio que agrupaba a diferentes pueblos y culturas, las am- biciones nacionalistas de estos constituían un peligro similar a las exigencias de libertades políticas. Desde principios de marzo, en Budapest y Praga se exigió la autonomía y el fi nal del feudalismo, y en Viena, se pidió la renuncia de Metternich y la reunión de una Asamblea Constituyente. El emperador, Fernando I accedió a todas estas peticiones con tal de mantener la integridad territorial de su imperio. Posterior- mente, con el apoyo del ejército y aprovechando las diferencias entre grupos nacionalistas, aplacó cual- quier intento de autonomía e independencia. 

■ Confederación alemana. Los sucesos de París agita- ron a los sectores campesinos y obreros de los Esta- dos de Baden, Hannover y Sajonia, que buscaban el fi n del feudalismo y el establecimiento del sufragio universal. En marzo, la represión violenta de una manifestación en Berlín, obligó al rey de Prusia Fede- rico Guillermo IV a conceder la elaboración de una nueva Constitución, la libertad de prensa y reunión. En mayo de 1848, delegados de todos los estados ale- manes, se reunieron en Frankfurt y elaboraron una constitución que defendía la unidad alemana bajo una monarquía constitucional, que fue ofrecida al rey de Prusia. Sin embargo, este no aceptó y disolvió la asamblea.

■ Italia. En la península itálica, la Revolución reunió las pretensiones liberales y un fuerte nacionalismo. Aprovechando los sucesos de Viena, en marzo de 1848 se realizó un levantamiento nacional en Milán y Venecia contra los austriacos. Sin embargo, este mo- vimiento fue derrotado por las tropas del emperador Federico I.

Balance de las revoluciones Las 
revoluciones liberales abrieron una nueva etapa de cambios políticos:

En primer lugar, la organización territorial cambió, pues se iniciaron los procesos de unifi cación nacional en Ita- lia y Alemania. En segundo lugar, se presentó un lento proceso de avance de la democracia política, en la que confl uyeron dos fuerzas: el derecho al voto y el inicio de una organización política propia de la clase obrera.


Cultura de paz 
Según la Asamblea General de las Naciones Unidas, la cultura de paz es una serie de valores, actitudes y comportamientos que rechazan la violencia y previenen los confl ictos, mediante el diálogo y la negociación para atacar sus causas. La prin- cipal herramienta para promover una cultura de paz, es la educación. Además, debemos recordar que la paz no solo es la ausencia de confl ictos, sino que también implica justicia, igualdad de oportunidades, defensa de los derechos humanos, democracia, erradicación de la pobreza y desarrollo humano digno para todas las personas.

La revolución pacífica
En muchas sociedades, los cambios políticos, sociales y cultu- rales se han impulsado sin recurrir a la violencia, y apelando en su lugar a un revolución de carácter pacífi co. En estos casos, ante profundas injusticias y represión por parte de un orden establecido, los revolucionarios han privilegiado acciones como la negociación, la agitación de las masas, las huelgas, la no cooperación con las autoridades, el boicot económico y el desconocimiento de algunas leyes y órdenes del gobierno. Dos ejemplos muy signifi cativos de este estilo de revolución fueron los liderados por Mahatma Gandhi y Martin Luther King.

Mahatma Gandhi y Martin Luther King
En su lucha por la independencia de la India, Gandhi recurrió a la resistencia pasiva como método para mostrar al gobierno británico sus injusticias y los deseos de autonomía del pueblo indio. En 1920 organizó una campaña de no cooperación, en la cual los indios abandonaron sus puestos en la administración colonial, se desconocieron los tribunales de justicia, los niños abandonaron las escuelas y miles de ciudadanos bloquearon las calles de las ciudades sentándose sobre las vías. También se presentó un boicot a los productos británicos, y, en 1930, en su Marcha por la sal, rechazó algunos impuestos coloniales, especialmente el que se ejercía sobre este producto natural.

En Estados Unidos, de otra parte, Martin Luther King promo- vió una lucha por los derechos civiles de la comunidad negra y contra las leyes de segregación racial. Organizó algunos boicots en los Estados del sur, consiguiendo que la Corte Su- prema de Justicia de su país, declarara ilegales las leyes que ordenaban la separación de negros y blancos en el transporte público, las escuelas, los restaurantes y otros espacios públicos. Además, dirigió manifestaciones por el derecho al voto para todos los ciudadanos afroamericanos.

Tomado de Hipertexto  Santillana 
Actividades Complementarias
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