La dinastía de los Borbones
Desde el siglo XVI, la casa reinante en España era de la familia Habsburgo, de origen austriaco. En 1700 falleció el último rey de la dinastía, Carlos II, sin dejar descendencia para el trono, lo que provocó el inicio de la llamada Guerra de sucesión española. Luego de varios confl ictos por el trono, Felipe de Anjou, sobrino-nieto del difunto rey y quien estaba vinculado con la dinastía francesa de los Borbones, hizo valer su derecho como legítimo heredero de la corona española. Asumió el trono como Felipe V y permaneció en él hasta 1746. Desde entonces, en España gobernaron los Borbones, quienes en el siglo XVIII establecieron varias reformas con las que se pretendió recuperar la hegemonía comercial y militar de España, así como explotar y defender mejor sus recursos coloniales. Las reformas fueron iniciadas por Felipe V (1700-1746), continuadas por Fernando VI (1746-1759) y desarrolladas, principalmente, por Carlos III (1759-1788).
Las reformas borbónicas
A fi nes del siglo XVII, el Imperio español mostraba signos de decadencia. Las constantes guerras con Inglaterra, la co- rrupción y la evasión de impuestos contribuían al deterioro de las fi nanzas. Las instituciones político-administrativas permanecían casi inamovibles desde los tiempos de la Con- quista. Las pestes y las epidemias habían provocado una crisis demográfi ca. Ante esta situación, los monarcas forta- lecieron la economía española, mediante el máximo apro- vechamiento de los recursos provenientes de las colonias y unifi caron su administración a través de la designación de ministros más efi cientes.
Reformas administrativas
Con el fi n de modernizar las obsoletas instituciones colo- niales, los Borbones crearon las Secretarías de despacho universal. Estas dependencias remplazaron al Consejo de Indias, el cual quedó reducido a un simple órgano de consulta. Las colonias quedaron sujetas a la jurisdicción del llamado Ministerio de Marina e Indias. También se crearon unidades administrativas que dividieron los grandes virrei- natos para controlar los recaudos de América. En 1739, se creó el virreinato de Nueva Granada que incluía la audien- cia del Nuevo Reino de Granada y de Quito, así como las gobernaciones de Maracaibo, Cumaná y Guyana. En 1776 se creó el virreinato del Río de la Plata que comprendía los actuales territorios de Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia. Un año más tarde, se creó la Capitanía General de Venezuela, que unifi có los territorios de la actual Venezuela.
Reformas políticas
Durante el reinado de Carlos III, las reformas se aplicaron con mayor fuerza en América. Se consideró la necesidad de ampliar el control político desde España y así incrementar los benefi cios económicos obtenidos de sus colonias. Una de las medidas, para proteger los intereses de la Corona, fue re- ducir la participación de los españoles nacidos en América, conocidos como criollos, en los cargos de gobierno y reem- plazarlos por hombres nacidos en España. Una vez aplicada esta reforma, los criollos fueron excluidos del gobierno, de la jerarquía eclesiástica y del ejército.
Reformas económicas
En lo económico, las reformas se concentraron en admi- nistrar la tributación y en aumentar los impuestos sobre la manufactura del tabaco, los estancos, el hilado de algodón y otros productos. A su vez, el comercio trasatlántico fue intervenido entre la península y América para hacer más ágil el transporte de mercancías y la extracción de los recursos minerales, principalmente de plata y productos agrícolas. La Corona legalizó el transporte de mercancías por barcos aislados y no en fl otas. En 1778, se declaró el comercio libre en América. Con ello, se rompía con el monopolio comercial del puerto de Cádiz.
Reforma religiosa
Otra de las reformas, tuvo que ver con el aspecto religioso. La Iglesia católica ejercía un fuerte dominio político y social que incluso en ocasiones llegó a ser superior al de los monar- cas. Por ello, se impuso el regalismo, es decir, la preeminen- cia o control del Estado sobre la Iglesia, lo cual signifi có la expulsión de las órdenes religiosas de las colonias españolas como la de los jesuitas en 1767.
Efectos de las reformas
Las reformas borbónicas afectaron los sectores más repre- sentativos de la economía colonial y suprimieron organis- mos caducos de la administración. Crearon dependencias para mejorar la gestión del comercio y otras actividades de vital importancia en la recaudación de impuestos.
Durante el reinado de Carlos III,
España afi anzó su control sobre los territorios americanos. Sin embargo, al desconocer los intereses de los criollos en América, entró en confl icto con este grupo social que gozaba de gran infl uencia local y regional. En el siglo XVIII, muchos españoles llegaban como funcionarios y, otros, en busca de fortuna y oportunidades. Así, los criollos fueron remplazados progresivamente en cargos de responsabilidad por españoles nacidos en la Pe- nínsula Ibérica. Esta situación generó resentimientos de los criollos hacia los españoles y formó en ellos una conciencia de identidad diferenciada en contraposición a España.
Movilizaciones populares durante la crisis colonial
Durante el siglo XIX hubo una serie de levantamientos en Latinoamérica que agudizaron aún más la crisis de España. Surgieron a raíz del aumento de los impuestos en las colonias americanas, recursos necesarios para fi nanciar la guerra que libraba España contra Inglaterra. Algunos de estos levantamientos ocurrieron en Perú, Venezuela, el virreinato de Nueva Granada, entre otros.
Perú
Entre 1740-1781 sucedió el levantamiento de Túpac Amaru. Este líder indígena, ordenó el ajusticiamiento del corregidor de Tinta, Antonio de Arriaga, acusado de diversos abusos contra los nativos. Túpac Amaru abolió el trabajo de los indios en la mita, suprimió las contribuciones a la corona y defendió la presencia de los indígenas en trabajos ofi ciales. Sin embargo, Amaru fue capturado, juzgado y decapitado el 18 de mayo de 1781, después de presenciar la ejecución de su familia.
Las primeras protestas se presentaron entre 1749 y 1752. Fueron lide- radas por Juan Francisco León contra el monopolio comercial de la Compañía Guipuzcoana, que manipulaba a su acomodo los precios de los productos. En 1749 se presentó también una rebelión de esclavos en esa misma región, originada en el falso rumor de la existencia de una cé- dula real que otorgaba su libertad. Sus organizadores fueron castigados con la pena de muerte.
En el Alto Perú, actualBolivia, Túpac Catarí se alzó contra las autorida- des españolas. Prohibió que se hablara en una lengua distinta al aymará, incitó al destierro de los españoles y cercó por varios días la ciudad de La Paz. Los españoles, para salvarse del cerco, llegaron a algunos acuerdos con Catarí, siendo esta la primera negociación de confl ictos en Suramé- rica. Sin embargo, los españoles consiguieron que uno de los capitanes de Catarí lo traicionara. Luego de apresado, le dieron muerte el 13 de noviembre de 1781.
Virreinato de la Nueva Granada La población del virreinato estaba inconforme con el aumento de los im- puestos. En marzo de 1781, en El Socorro (Santander), varios vecinos de la población, rompieron los carteles que anunciaban los nuevos valores de los impuestos y lanzaron consignas en contra del gobierno virreinal. Este movimiento se extendió rápidamente por diferentes regiones. Los dirigentes de la protesta conformaron “la junta del común” o de los comuneros, la cual se desplazó hacia Santa Fe para exigir al virrey An- tonio Caballero y Góngora, la abolición de los impuestos. Aunque las autoridades de Santa Fe se comprometieron a abolir los impuestos, no lo hicieron y, en cambio, capturaron al líder comunero José Antonio Galán junto a sus compañeros, y los castigaron, en forma ejemplarizante, con la pena de muerte.
Si bien el siglo XVIII sirvió para incubar una serie de tensiones sociales y cambios en la sociedad, las primeras décadas del siglo XIX fueron el período preciso para que dichas tensiones detonaran y dieran paso al surgimiento de movimientos independentistas en casi toda América. A ello contribuiría decisivamente la crisis que padeció la monarquía espa- ñola después de 1808.
1808: Crisis de la monarquía española
Entre 1796 y 1808, Carlos IV, hijo de Carlos III, asumió el trono de España. Como rey, estableció una alianza militar con el general francés Napoleón Bonaparte para atacar Inglaterra. Dicha alianza signifi có para España una fuerte contribución monetaria para solventar los gastos de las guerras napoleónicas. A su vez, la fl ota española quedaba a disposi- ción de los franceses para combatir a la poderosa armada inglesa.
El 21 de octubre de 1805, se produjo la Batalla de Trafalgar, en la que fue de- rrotada la fl ota española, lo que signifi có el fi n de la supremacía marítima española y su decadencia como imperio.
El 21 de octubre de 1805, se produjo la Batalla de Trafalgar, en la que fue de- rrotada la fl ota española, lo que signifi có el fi n de la supremacía marítima española y su decadencia como imperio.
En 1807, Carlos IV autorizó el tránsito por España de las tropas francesas para invadir Portugal, aliado de Inglaterra. Sin embargo, por orden de Napoleón, las tropas francesas permanecieron en territorio español. Al conocerse esta noticia, el 2 de mayo de 1808 se produjo en Aranjuez un motín encabezado por Fernando VII, hijo de Carlos IV, quien presionó a su padre para que le cediera el trono. Así, Fernando VII pasó a ser rey de España.
Napoleón, que no estaba dispuesto a abandonar sus planes, convocó a la familia real a un encuentro en la ciudad de Bayona. Allí, apresó a los dos monarcas españoles y en su remplazo designó a su hermano José Bonaparte como rey de España. Ante este hecho, en septiembre de 1808, se conformó la Junta Central de Sevilla que se encargó de coordinar la resistencia contra Francia y de mantener el control en las colonias americanas.
Movimiento juntista americano
Con el nombramiento de José Bonaparte como rey, el dominio de España sobre las colonias cayó, dando lugar a un vacío de poder que les dio oportunidad a los americanos para crear sus propias juntas de gobierno. Aunque estas juntas se oponían a la Junta de Sevilla, juraron fi delidad al rey Fernando. Sin embargo, años más tarde buscarían la independencia defi nitiva de España.
La independencia de las colonias
La independencia de las colonias no se consolidó con la creación de las juntas, ni con las proclamaciones producidas a partir de 1810. En realidad, se desarrolló en un período de aproximadamente catorce años y se logró cuando los ejérci- tos criollos derrotaron a las fuerzas realistas en las llamadas guerras de independencia. En 1814, tras la derrota de las tropas de Napoleón en España, el rey Fernando VII regresó al trono e intentó implementar el régimen absolutista y re- conquistar sus colonias.
Los modelos de independencia
A pesar de las semejanzas entre ellos, no todos los procesos de independencia en las colonias de América fueron iguales. Los criollos de las colonias se debatieron entre dos posibili- dades diferentes: emancipación, entendida como una rees- tructuración política en las colonias con obediencia al rey Fernando, o independencia absoluta. Dentro de estas pers- pectivas, se pueden destacar tres modelos de independencia: Haití, México y Suramérica. Brasil fue un caso aparte.
Haití
Fue una colonia francesa en América y se erigió como la segunda nación en declararse independiente después de los Estados Unidos, hecho que ocurrió en 1804. Allí, la tierra era explotada por el sistema de las plantaciones, para las cuales se empleaba una gran cantidad de esclavos negros. A las divergencias entre una minoría de blancos y una ma- yoría de negros, se le sumó la infl uencia de las ideas de la Revolución francesa, que no favorecían los intereses de los esclavistas. Esta situación permitió el levantamiento de los esclavos negros contra sus amos.
Su principal líder, Toussaint Louvertoure, fue reconocido como autoridad en 1797, pero con el ascenso de Napoleón, Haití fue reconquistada en 1803. Recobró su independencia defi nitiva en 1820.
México
La revolución mexicana fue impulsada inicialmente por dos sacerdotes: Miguel Hidalgo y José María Morelos, y se dis- tinguió por ser un movimiento de mestizos e indios contra los blancos. Hacia 1820 se formaron guerrillas promovidas por Vicente Guerrero y Félix Hernández. Los criollos, que se oponían a la independencia, eligieron a Agustín Iturbe para combatirlas. Sin embargo, éste decidió aliarse con las guerrillas patriotas y escribió el Plan de Iguala, en el que se promulgaba a favor de la religión, la independencia y la unión. Luego, reunió al Congreso, en el cual se fi rmó la Declaración de Independencia y se constituyó el Imperio mexicano en 1822.
Suramérica
En las colonias de América del sur el proceso de indepen- dencia tuvo dos etapas: la primera de 1810 a 1815 y la segun- da, de 1816 a 1824.
■ De 1810 a 1815. Se caracterizó por la proclamación de la independencia de las respectivas colonias y el comienzo de la organización republicana. El grito de la indepen- dencia de nuestro país, ocurrido el 20 de julio de 1810, fue una de estas proclamaciones independentistas de esta primera etapa. Después de la derrota de Napoleón en 1813, el rey Fernando VII volvió al trono de España e inició la Reconquista de sus colonias en América. Para ello, España envió tropas lideradas por hombres como el “pacifi cador” Pablo Morillo. Durante la reconquista fueron fusilados los líderes de los primeros intentos re- volucionarios.
■ De 1816 a 1825. Como respuesta a los intentos de España por reconquistar las colonias, sobrevinieron las gue- rras que consolidaron defi nitivamente la independencia. Surgieron los más importantes próceres militares y jefes políticos como José de San Martín en el sur, Simón Bo- lívar en Venezuela, Colombia, Perú y Ecuador, Bernardo O’Higgins en Chile y José Artigas en Uruguay. Argen- tina declaró su independencia absoluta a mediados de 1816, Chile en 1818 y Perú la formalizó en la Batalla de Ayacucho de 1824.
Un hecho trascendental para la consolidación de las independencias en América fue la revolución liberal encabezada, en 1820, por el general Rafael del Riego en España, la cual impidió el embarque de nuevas tropas hacia América.
Brasil: un caso aparte
A diferencia de las otras colonias, el proceso que condujo a la independencia de Brasil fue un movimiento pacífi co y sin levantamientos populares, pues quienes lo llevaron a cabo fueron los miembros de la corona portuguesa, la misma que controlaba desde la conquista el territorio brasilero.
Durante las guerras napoleónicas, Portugal se mantuvo aliado a Inglaterra. Cuando en 1808, las tropas de Napo- león invadieron España, el rey y la corte de Portugal, con el apoyo de Inglaterra, se trasladaron a Río de Janeiro. Cuando Napoleón fue vencido, el rey de Portugal permaneció en las colonias, ya que era absolutamente consciente del poderío económico de éstas.
Pero en 1820 estalló en Portugal una revolución liberal y el rey se vio obligado a volver, dejando a su hijo como regente en las colonias. Éste, presionado por los propietarios colo- niales y ante el temor de una revolución, declaró la indepen- dencia de Brasil en 1822.
Latinoamérica después de la Independencia
Asegurada la Independencia y disipada la amenaza de una invasión española de reconquista, el ideal de mantener unidas las jurisdicciones territoriales más extensas heredadas de la colonia, se resquebrajó y dio paso a confl ictos por el poder entre las élites locales y regionales. El resultado fue la fragmentación territorial que dio origen a nuevos Estados..
Las nuevas Repúblicas
Entre junio y julio de 1826 se desarrolló el Congreso Anfi ctiónico de Panamá, convocado por Simón Bolí- var para constituir una confederación de países lati- noamericanos. Sin embargo, las luchas internas de las recién conformadas naciones, fueron más fuertes que el deseo de integración bolivariano. A esto se sumaron problemas como las grandes distancias, la baja densi- dad de población, las difíciles condiciones geográfi cas y la escasez de vías de comunicación.
En 1823, derrocado el imperio de Iturbide en México, los territorios de la antigua Capitanía de Guatemala conformaron la Federación de las Provincias Unidas del Centro de América. Sin embargo, intereses de las élites provinciales la llevaron al fracaso. En 1842, y como resultado de la disolución de la Federación, se formaron las repúblicas de Honduras, Guatemala, Salvador, Nicaragua y Costa Rica.
En 1830, la República de la Gran Colombia, que reunía los territorios del antiguo virreinato de Nueva Granada y de la Capitanía General de Venezuela, se dividió como consecuencia de las luchas por el predominio político entre las élites caraqueña y santafereña. De esta división surgieron las repúblicas de Nueva Gra- nada, Quito y Venezuela. Desde 1828, Argentina entró en una guerra civil entre federalistas y unitarios que amenazó con destruir la unidad lograda después de la Independencia. En 1831 la guerra culminó con el Pacto Federal, el cual otorgó gran autonomía a las provincias,
Conflictos fronterizos entre los nuevos
Estados La separación de entidades políticas menores que dieron lugar a nuevas repúblicas es una parte de la explicación de la confi guración de los nuevos Estados. También infl uyó el interés de algunas naciones por anexarse territorios perte- necientes a otras. Al principio no hubo acuerdos absolutos sobre los límites entre naciones sino que estos se fueron confi gurando a lo largo del siglo XIX.
En 1825, las Provincias Unidas del Río de la Plata decla- raron la guerra al Imperio del Brasil que había ocupado el territorio de la Banda Oriental, actual Uruguay. Las tropas argentinas resultaron vencedoras. Sin embargo, al no haber acuerdo sobre a quiénes pertenecían estos territorios, se requirió el arbitraje de una potencia extranjera como Ingla- terra. El resultado fue la creación la República del Uruguay, con capital en Montevideo.
Perú, bajo la presidencia del Mariscal José de la Mar, inva- dió en noviembre de 1828 a Guayaquil, con el propósito de apropiarse de esta provincia. En enero de 1829, las tropas grancolombianas, al mando del Mariscal Antonio José de Sucre, desalojaron a los invasores peruanos. Bolivia y Perú también se enfrentaron debido a las aspiraciones peruanas de unifi car el Bajo y Alto Perú. Paradójicamente, entre 1837 y 1839, existió una Confederación entre Perú y Bolivia, que fue atacada por Argentina y Chile al considerarla un peligro para la estabilidad regional.
Relaciones con el mundo
Las élites de las nacientes repúblicas buscaron la forma de incrementar sus relaciones comerciales con las potencias europeas. Venezuela y México, como consecuencia de la destrucción causada por el proceso de independencia, no lograron recuperar sus niveles de exportación y sus econo- mías internas sufrieron una profunda crisis. Argentina, Perú y Chile en cambio tuvieron más suerte en la colocación de algunos productos en el mercado internacional a través de Inglaterra. Los demás países, durante la primera mitad del siglo XIX, estuvieron en una continua carrera por encontrar algún producto exportable que generara divisas a sus empo- brecidas economías.
Inglaterra fue la potencia que actuó en el escenario latinoa- mericano como prestamista, con capitales para la inversión y el comercio. Los Estados Unidos, aunque en menor me- dida que Inglaterra, también participó de este afán de las nuevas repúblicas por conseguir recursos monetarios para sus territorios a través de fi liales comerciales de diferentes empresas e inversión en compañías mineras y colonizadoras, iniciando su consolidación como potencia mundial.
Los Estados Unidos y Latinoamérica
En diciembre de 1823 el presidente de Estados Unidos, James Monroe, en un discurso ante el Congreso de su país, advirtió a Europa que no permitiría el establecimiento de colonias o monarquías en América patrocinadas por gobier- nos extranjeros. Implícitamente, también se adjudicó el do- minio de Estados Unidos sobre los territorios inexplorados del norte del continente y daba un horizonte a la doctrina del Destino Manifi esto. Monroe hacía público el interés de Estados Unidos por determinar la política latinoamericana según sus intereses y de abrirse camino en América despla- zando la infl uencia europea, en especial la de los ingleses. El lema de esta doctrina fue “América para los americanos”.
A pesar de ello, América Latina presenció varias interven- ciones europeas como la ocupación de las islas Malvinas por parte de Inglaterra, en 1833, y la entrada de tropas españolas a la República Dominicana, en 1861.
Intervención estadounidense en México
Consecuente con la Doctrina Monroe, en 1846, los Estados Unidos declararon la guerra a México, bajo el pretexto de que este país no había aceptado la independencia de Texas —conformada como república independiente de México en 1836— y su anexión a Estados Unidos en 1845. México perdió la guerra y más de la mitad de su territorio. Además sufrió la humillación de ver ocupada su capital por las fuer- zas extranjeras al mando de Winfi eld Scott. El líder de las fuerzas mexicanas, Antonio López de Santa Anna, huyó y se exilió. Estados Unidos también se apoderó de California y Nuevo México, ganando para sí territorios de gran riqueza como los ricos yacimientos de oro en de California, descu- biertos en 1848.
Transformaciones sociales
La Independencia no generó cambios inmediatos en la estructura social latinoamericana. Estos fueron dán- dose poco a poco pues algunos rasgos de la época colonial perduraron hasta mediados del siglo XIX. Los ideales de igualdad no eran para todos. La democracia y la ciudadanía fueron restringidas.
La terminación del sistema de castas en la era republi- cana permitió que pardos y mestizos destacados fi gura- ran en posiciones impensables en el régimen colonial. Líderes de la Independencia, como el boliviano Andrés de Santa Cruz y el venezolano José Antonio Páez, eran mestizos y fueron presidentes de sus naciones. En Centro América, el fundador de la República de Guate- mala, José Rafael Carrera, era un campesino mestizo. Por otra parte, la esclavitud persistió, sufriendo un progresivo declive hasta que en la década de 1850, en la mayoría de los países latinoamericanos, se declaró la abolición de la esclavitud.
Sin embargo, la mayor parte de la población continuó en estado de desigualdad y discriminación. La resis- tencia a los cambios se manifestó en casos como el de la isla de Cuba, bajo dominio español hasta 1898. Aquí la importación de esclavos aumentó desde las primeras décadas del siglo XIX mientras que en los territorios libres del poder colonial disminuía. Otro caso fue el de Argentina, en donde no se les permitió a los pardos y mestizos ingresar a la universidad sino hasta 1850.
Cambios económicos
Algunos países como Perú, Argentina y Chile tuvieron cierto éxito con algún producto de exportación: Perú, con el Guano, Argentina, con la carne y los cueros, y Chile, con la producción minera del cobre. La frontera agrícola avanzó en la mayoría de las nuevas repúblicas, gracias a procesos de colonización interna, que con- tribuyeron al incremento del campesinado y a la am- pliación de las haciendas. A su vez, el aumento general de la población permitió un mayor desarrollo del po- blamiento en territorios antes abandonados. El fi n del tributo indígena y de obligaciones personales, así como la individualización de las tierras de las comunidades indígenas permitió un mayor dinamismo de la compra y venta de tierras, perjudicando a las comunidades aborígenes y benefi ciando a terratenientes y hacenda- dos. La economía exportadora de materias primas no favoreció el desarrollo de una industria nacional pues las élites prefi rieron adoptar un estilo de vida europeo importando desde allí todo lo que necesitaban.
Latinoamérica después de la Independencia
Asegurada la Independencia y disipada la amenaza de una invasión española de reconquista, el ideal de mantener unidas las jurisdicciones territoriales más extensas heredadas de la colonia, se resquebrajó y dio paso a confl ictos por el poder entre las élites locales y regionales. El resultado fue la fragmentación territorial que dio origen a nuevos Estados..
Las nuevas Repúblicas
Entre junio y julio de 1826 se desarrolló el Congreso Anfi ctiónico de Panamá, convocado por Simón Bolí- var para constituir una confederación de países lati- noamericanos. Sin embargo, las luchas internas de las recién conformadas naciones, fueron más fuertes que el deseo de integración bolivariano. A esto se sumaron problemas como las grandes distancias, la baja densi- dad de población, las difíciles condiciones geográfi cas y la escasez de vías de comunicación.
En 1823, derrocado el imperio de Iturbide en México, los territorios de la antigua Capitanía de Guatemala conformaron la Federación de las Provincias Unidas del Centro de América. Sin embargo, intereses de las élites provinciales la llevaron al fracaso. En 1842, y como resultado de la disolución de la Federación, se formaron las repúblicas de Honduras, Guatemala, Salvador, Nicaragua y Costa Rica.
En 1830, la República de la Gran Colombia, que reunía los territorios del antiguo virreinato de Nueva Granada y de la Capitanía General de Venezuela, se dividió como consecuencia de las luchas por el predominio político entre las élites caraqueña y santafereña. De esta división surgieron las repúblicas de Nueva Gra- nada, Quito y Venezuela. Desde 1828, Argentina entró en una guerra civil entre federalistas y unitarios que amenazó con destruir la unidad lograda después de la Independencia. En 1831 la guerra culminó con el Pacto Federal, el cual otorgó gran autonomía a las provincias,
Conflictos fronterizos entre los nuevos
Estados La separación de entidades políticas menores que dieron lugar a nuevas repúblicas es una parte de la explicación de la confi guración de los nuevos Estados. También infl uyó el interés de algunas naciones por anexarse territorios perte- necientes a otras. Al principio no hubo acuerdos absolutos sobre los límites entre naciones sino que estos se fueron confi gurando a lo largo del siglo XIX.
En 1825, las Provincias Unidas del Río de la Plata decla- raron la guerra al Imperio del Brasil que había ocupado el territorio de la Banda Oriental, actual Uruguay. Las tropas argentinas resultaron vencedoras. Sin embargo, al no haber acuerdo sobre a quiénes pertenecían estos territorios, se requirió el arbitraje de una potencia extranjera como Ingla- terra. El resultado fue la creación la República del Uruguay, con capital en Montevideo.
Perú, bajo la presidencia del Mariscal José de la Mar, inva- dió en noviembre de 1828 a Guayaquil, con el propósito de apropiarse de esta provincia. En enero de 1829, las tropas grancolombianas, al mando del Mariscal Antonio José de Sucre, desalojaron a los invasores peruanos. Bolivia y Perú también se enfrentaron debido a las aspiraciones peruanas de unifi car el Bajo y Alto Perú. Paradójicamente, entre 1837 y 1839, existió una Confederación entre Perú y Bolivia, que fue atacada por Argentina y Chile al considerarla un peligro para la estabilidad regional.
Relaciones con el mundo
Las élites de las nacientes repúblicas buscaron la forma de incrementar sus relaciones comerciales con las potencias europeas. Venezuela y México, como consecuencia de la destrucción causada por el proceso de independencia, no lograron recuperar sus niveles de exportación y sus econo- mías internas sufrieron una profunda crisis. Argentina, Perú y Chile en cambio tuvieron más suerte en la colocación de algunos productos en el mercado internacional a través de Inglaterra. Los demás países, durante la primera mitad del siglo XIX, estuvieron en una continua carrera por encontrar algún producto exportable que generara divisas a sus empo- brecidas economías.
Inglaterra fue la potencia que actuó en el escenario latinoa- mericano como prestamista, con capitales para la inversión y el comercio. Los Estados Unidos, aunque en menor me- dida que Inglaterra, también participó de este afán de las nuevas repúblicas por conseguir recursos monetarios para sus territorios a través de fi liales comerciales de diferentes empresas e inversión en compañías mineras y colonizadoras, iniciando su consolidación como potencia mundial.
Los Estados Unidos y Latinoamérica
En diciembre de 1823 el presidente de Estados Unidos, James Monroe, en un discurso ante el Congreso de su país, advirtió a Europa que no permitiría el establecimiento de colonias o monarquías en América patrocinadas por gobier- nos extranjeros. Implícitamente, también se adjudicó el do- minio de Estados Unidos sobre los territorios inexplorados del norte del continente y daba un horizonte a la doctrina del Destino Manifi esto. Monroe hacía público el interés de Estados Unidos por determinar la política latinoamericana según sus intereses y de abrirse camino en América despla- zando la infl uencia europea, en especial la de los ingleses. El lema de esta doctrina fue “América para los americanos”.
A pesar de ello, América Latina presenció varias interven- ciones europeas como la ocupación de las islas Malvinas por parte de Inglaterra, en 1833, y la entrada de tropas españolas a la República Dominicana, en 1861.
Intervención estadounidense en México
Consecuente con la Doctrina Monroe, en 1846, los Estados Unidos declararon la guerra a México, bajo el pretexto de que este país no había aceptado la independencia de Texas —conformada como república independiente de México en 1836— y su anexión a Estados Unidos en 1845. México perdió la guerra y más de la mitad de su territorio. Además sufrió la humillación de ver ocupada su capital por las fuer- zas extranjeras al mando de Winfi eld Scott. El líder de las fuerzas mexicanas, Antonio López de Santa Anna, huyó y se exilió. Estados Unidos también se apoderó de California y Nuevo México, ganando para sí territorios de gran riqueza como los ricos yacimientos de oro en de California, descu- biertos en 1848.
Transformaciones sociales
La Independencia no generó cambios inmediatos en la estructura social latinoamericana. Estos fueron dán- dose poco a poco pues algunos rasgos de la época colonial perduraron hasta mediados del siglo XIX. Los ideales de igualdad no eran para todos. La democracia y la ciudadanía fueron restringidas.
La terminación del sistema de castas en la era republi- cana permitió que pardos y mestizos destacados fi gura- ran en posiciones impensables en el régimen colonial. Líderes de la Independencia, como el boliviano Andrés de Santa Cruz y el venezolano José Antonio Páez, eran mestizos y fueron presidentes de sus naciones. En Centro América, el fundador de la República de Guate- mala, José Rafael Carrera, era un campesino mestizo. Por otra parte, la esclavitud persistió, sufriendo un progresivo declive hasta que en la década de 1850, en la mayoría de los países latinoamericanos, se declaró la abolición de la esclavitud.
Sin embargo, la mayor parte de la población continuó en estado de desigualdad y discriminación. La resis- tencia a los cambios se manifestó en casos como el de la isla de Cuba, bajo dominio español hasta 1898. Aquí la importación de esclavos aumentó desde las primeras décadas del siglo XIX mientras que en los territorios libres del poder colonial disminuía. Otro caso fue el de Argentina, en donde no se les permitió a los pardos y mestizos ingresar a la universidad sino hasta 1850.
Cambios económicos
Algunos países como Perú, Argentina y Chile tuvieron cierto éxito con algún producto de exportación: Perú, con el Guano, Argentina, con la carne y los cueros, y Chile, con la producción minera del cobre. La frontera agrícola avanzó en la mayoría de las nuevas repúblicas, gracias a procesos de colonización interna, que con- tribuyeron al incremento del campesinado y a la am- pliación de las haciendas. A su vez, el aumento general de la población permitió un mayor desarrollo del po- blamiento en territorios antes abandonados. El fi n del tributo indígena y de obligaciones personales, así como la individualización de las tierras de las comunidades indígenas permitió un mayor dinamismo de la compra y venta de tierras, perjudicando a las comunidades aborígenes y benefi ciando a terratenientes y hacenda- dos. La economía exportadora de materias primas no favoreció el desarrollo de una industria nacional pues las élites prefi rieron adoptar un estilo de vida europeo importando desde allí todo lo que necesitaban.
La política en Latinoamérica
El principal cambio generado por la Independencia fue la revolución política. La mayoría de las nuevas repúblicas buscaron organizarse bajo principios liberales de igualdad y libertad consignados en sus respectivas constituciones. Sin embargo, el fraccionamiento político que caracterizó este período se manifestó en la división entre federalistas y centralistas. Además, obligó a que el ejército y los caudillos se destacaran como fuerzas hegemónicas que mantuvieron una relativa cohesión a nivel regional y nacional.
Federalismo y centralismo
Desde el siglo XVIII se presentó una lucha entre los poderes de las capitales, que abogaban por la centralización y los poderes regionales que demandaban mayor autonomía. Este confl icto se extendió durante las independencias y se con- virtió en uno de los principales problemas que afrontaron las nuevas naciones.
Los federalistas defendían intereses regionales frente a una región hegemónica que buscaba imponerse como centro de la nación. Los centralistas defendían el establecimiento de un gobierno que unifi cara todo el poder. En México, Centroamérica, Brasil y Argentina el confl icto fue mucho más fuerte.
Ante la inexistencia de un aparato estatal consolidado que articulara la política en las nuevas naciones, surgió el caudi- llo como la fi gura que gobernó el escenario político latinoa- mericano durante gran parte del siglo XIX.
El caudillo se caracterizó por haber luchado en la Indepen- dencia o destacarse en alguna campaña militar posterior. Había ascendido social y económicamente gracias a la Inde- pendencia o siempre había pertenecido a la élite gobernante. También era un terrateniente y manejaba una gran clientela, es decir, personas que dependían de él para su supervivencia social y económica.
Algunos caudillos fueron: Juan Manuel de Rosas en Argen- tina, José Antonio Páez en Venezuela, Bernardo O´Higgins en Chile, Rafael Carrera en Centroamérica y Antonio López de Santa Anna en México.
Un caso especial fue el del abogado paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia, quien fue proclamado dictador per- petuo por el congreso de su país en 1816 y gobernó hasta el día de su muerte, ocurrida en 1840.
Surgimiento de facciones y partidos políticos
El anhelo de los criollos de ocupar altos cargos en la admi- nistración y controlar el Estado se concretó con el fi n del do- minio Español. La organización administrativa republicana también implicó un incremento cuantioso de funcionarios, de manera que el Estado se convirtió en un espacio apre- ciado por las nuevas élites.
En lo económico había consenso entre ellas. Los presupues- tos del libre comercio, de la libre circulación de la propiedad y la fuerza de trabajo y de la libertad de producción y em- presa se impusieron en el ideario de los grupos dominantes. Otro punto de consenso era su rechazo a que los sectores populares participaran en la política, manteniendo restric- ciones en cuanto a la ciudadanía y el derecho al voto.
A pesar de los elementos que unían a las élites, estas se en- frentaron entre si por el control del Estado y por cuestiones ideológicas, lo cual se manifestó con el surgimiento de los partidos políticos.
Los partidos políticos se dividieron entre liberales y con- servadores. En términos generales, los liberales defendían las ideas de la Ilustración, de la Revolución francesa y el sistema parlamentario al estilo inglés. También abogaban por la libertad de expresión y la libertad de comercio. Con- sideraban necesario disminuir el poder y los privilegios de la Iglesia para permitir el avance de reformas educativas, sociales y políticas. Pedían la confi scación de sus bienes, la educación laica, es decir, no confesional y la separación de la Iglesia y el Estado. Además, buscaban el establecimiento del matrimonio civil y la separación entre marido y mujer por vías legales.
Por el contrario, los conservadores defendían la herencia colonial, la tradición hispánica, la desigualdad y la autoridad sustentadas en el orden natural, es decir, la jerarquización social. Para los conservadores, la Iglesia católica era la co- lumna vertebral de la sociedad, de manera que cualquier in- tento por reformarla era un atentado contra el orden social.
Cultura y vida cotidiana
La cultura y la vida cotidiana de los latinoamericanos comenzaron a cambiar después de la Independencia. Aunque la primera mitad del siglo XIX estuvo más marcada por la continuidad cultural y artística, el re- ferente español daba paso lentamente a otros tipos de comportamientos y lenguajes más mestizos y autócto- nos. En el mundo intelectual, los cambios fueron más apreciables con nuevas lecturas, referentes ideológicos e ideas políticas.
Las artes y la arquitectura
El costumbrismo fue la principal corriente artística de la primera mitad del siglo XIX. Se caracterizaba por la representación de escenas típicas regionales, la tendencia al realismo, es decir, la representación de los aspectos sociales y políticos cercanos e inmediatos, y la inclinación por el juicio crítico, que se expresaba en la ironía, así como en la sátira de personajes y cos- tumbres.
En la pintura, en la escultura y en la literatura histórica se apreciaron los mayores cambios en un marco de continuidad más general. La pintura religiosa ocupaba los espacios cotidianos de pueblos, villas y pequeñas ciudades. La pintura alegórica a grandes héroes funda- dores de las nuevas repúblicas comenzó su despegue en este período pues se buscaba encontrar referentes nacionales de culto. Los retratos y las grandes batallas ocuparon un lugar central en este tipo de pintura que perduró hasta fi nales del siglo XIX
. En la literatura también se refl ejó este interés por con- tar los hechos de la Independencia y conformar hitos fundacionales de las nuevas naciones. Es el caso de Lucas Alamán con su Historia de México y las memo- rias de luchadores de la independencia venezolana y colombiana como Daniel Florencio O’Leary y Rafael Urdaneta. Era un intento desde las élites por dar sus- tento a una identidad nacional que justifi cara su pre- eminencia y dominación sobre el resto de la sociedad.
La arquitectura, durante la primera mitad del siglo XIX, continuó bajo las orientaciones técnicas de la Colonia. El estilo neoclásico siguió gobernando la construcción de edifi cios públicos y casas; el adobe, los techos de paja y tejados de arcilla, continuaban siendo los materiales para viviendas de los sectores populares en las ciudades y en el campo. La argamasa (preparado con cal y agua) constituía el material de la mayoría de las casas urbanas de familias con mejor situación eco- nómica en las ciudades.
Infl uencias intelectuales
En la primera mitad del siglo XIX no surgieron doc- trinas políticas propias en Latinoamérica; los intelec- tuales, que además eran políticos, asimilaban las ideas extranjeras y las utilizaban en su benefi cio sin tener en cuenta las condiciones concretas de las sociedades latinoamericanas.
A comienzos de siglo, las lecturas de la élite política ilustrada estuvieron enmarcadas en el liberalismo eco- nómico. La teoría de las ventajas comparativas, enun- ciada por el inglés David Ricardo en su Principios de Economía Política y Tributación, resultó afín con el interés de vincular las economías latinoamericanas al mercado internacional.
Las obras de Jeremy Bentham y Jhon Stuart Mill, que desarrollaban la fi losofía utilitarista, constituyeron la doctrina para algunos liberales que consideraban nocivo el poder de la Iglesia y propendían por una educación laica.
Sin embargo, fue durante los años treinta y cuarenta, cuando las ideas liberales y socialistas europeas tuvie- ron mayor infl uencia en los jóvenes de las élites lati- noamericanas. La revolución europea de 1830 les dio argumentos para buscar mayores espacios de poder y para profundizar las reformas iniciadas después de la Independencia. El político y teórico francés Robert de Lamennais, fue una infl uencia intelectual muy fuerte entre estos jóvenes. Planteaba argumentos fundados en un liberalismo cristiano que justifi caban la separación de la Iglesia y el Estado.
La revolución europea de 1848 rescató, para un sector de los gobernantes, la existencia de los artesanos y los campesinos como una fuerza política. En Nueva Gra- nada, Perú y Chile, la infl uencia de los eventos de 1848 fue más clara entre la juventud liberal que se apoyó en los artesanos para sus luchas políticas. Sin embargo, las ideas socialistas generaron más temores que simpatías pues reactivaron el miedo de las élites hacia el pueblo, temor heredado de la época colonial.
La participación en política y el derecho a elegir y ser elegido
La democracia en Latinoamérica estuvo restringida durante todo el siglo XIX. En esta época, las mujeres no tenían partici- pación política, había discriminación racial y el credo religioso debía ser el católico. Fueron necesarios muchos años de luchas políticas y sociales para que Latinoamérica pudiera asumir la responsabilidad y el derecho de la participación política sin restricciones.
La participación en la primera mitad del siglo XIX
La mayor parte del siglo XIX, se caracterizó por una participa- ción política limitada.
Algunas constituciones promulgadas en los distintos países restringían el derecho al voto a quien tuviera riquezas (voto censatario); otras limitaron el derecho al voto a quienes supie- ran leer y escribir. A nivel urbano, algunos artesanos acomo- dados podían votar y de esta manera representar, en parte, a los trabajadores.
La restricción a la participación democrática tenía dos expli- caciones fundamentales. En primer lugar, las élites dominantes tenían miedo a la participación del pueblo en la política pues la percibía como una amenaza a su permanencia en el poder. En segundo lugar, la élite consideraba que la mayoría de la población era muy atrasada e ignorante para involucrarse en asuntos políticos.
A fi nales de 1989 y durante la década de 1990, en Latinoamé- rica hubo un proceso de apertura democrática sin precedentes que se manifestó en reformas constitucionales. Colombia no fue la excepción. En 1990 se convocó a una Asamblea Nacional Constituyente que promulgó la Constitución Política de 1991. En su artículo 258, la Constitución estableció que todos los colombianos mayores de 18 años, sin distinción social, econó- mica o racial, tenían derecho a votar y a ser elegidos en cual- quier cargo de elección municipal, departamental o nacional. Además, extendió las formas de participación en política más allá de las elecciones a través de mecanismos como la consulta popular y el cabildo abierto.
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