NACIONALISMO E IMPERIALISMO


La segunda mitad del siglo XIX fue un período de grandes transformaciones. Para fi nal de este siglo, el mundo había vivido la unifi cación italiana y ale- mana, la modernización del Japón, la consolidación de los Estados Unidos como potencia económica y el desarrollo del sistema democrático en mu- chos países de América y Europa. Además, la segunda fase de la Revolución industrial y el capitalismo fi nanciero habían impulsado la consolidación de una economía mundial, en la cual las potencias ampliaban sus áreas de in- fl uencia y vinculaban a regiones hasta ahora conocidas por el ser humano.


Sin embargo, las constantes guerras entre los países imperialistas, afana- dos, por repartirse el mundo, y la injusticia social que reinó en los Estados, fueron causantes de las desgracias más profundas que la humanidad cono- ció en las primeras décadas del siglo XX.

La política europea en la segunda mitad del siglo XIX
Luego de la revolución de 1848, la política europea se caracterizó por el resurgimiento del nacionalismo, la consolidación de los estados liberales y la defensa de las monar- quías absolutistas. Las unifi caciones nacionales Italia y Alemania fueron Estados que lograron su unifi ca- ción a partir del nacionalismo. Ambos procesos compartie- ron los siguientes rasgos: se lograron luego de enfrentar a otras potencias europeas; se basaron en reinos unifi cadores —Piamonte en Italia y Prusia en Alemania—; y fueron liderados por grandes estadistas: Camilo Benso, Conde de Cavour en Piamonte, y Otto von Bismarck en Prusia.

La unifi cación italiana 
En el siglo XIX se presentó un despertar del nacionalismo italiano, conocido como el Risorgimento, el cual exaltaba el renacimiento de la cultura italiana. Además, este despertar fue estimulado por la Revolución francesa y la invasión de Napoleón a los reinos de la península itálica. Para 1815, en oposición a la Restauración, se organizaron sociedades secretas, como la de los Carbonari, que buscaron la unidad italiana por medio de una revolución liderada por la bur- guesía.

Luego de los fracasos de los movimientos revolucionarios de 1820, 1830 y 1848, el nacionalismo italiano resurgió en la ma- yoría de la población. En 1850, la iniciativa de la unifi cación fue retomada por Víctor Manuel II, rey de Cerdeña-Piamonte, quien junto con su primer ministro Camilo Benso, logró una alianza con Napoleón III de Francia para enfrentar al imperio Austriaco y recuperar las regiones del norte italiano. Así, la unifi cación se logró entre 1859 y 1861 en tres fases:

 ■ En 1859, Piamonte junto con Francia enfrentaron a Austria, que luego de las derrotas en las batallas de Módena y Solferico, cedió a Lombardía. 

■ Entre 1859 y 1860, las rebeliones populares en Parma, Módena y Toscana, derrocaron a sus príncipes y se unie- ron a Piamonte. 

■ Entre 1860 y 1861, el revolucionario Giuseppe Garibaldi lideró una expedición que permitió la incorporación de Nápoles y Sicilia. En 1861, un Parlamento formado por los representantes de los territorios unifi cados otorgó a Víctor Manuel II el título de rey de Italia. En 1866, Italia arrebató Venecia a Austria y, en 1871 tomó Roma y la convirtió en su capital.

La unifi cación alemana 
El nacionalismo alemán se fundamentó en lo cultural, es decir, en la existencia de una lengua, un folclor y una raza co- munes. En lo político, la Confederación Germánica, entidad fundada en 1815, agrupó a 39 Estados alemanes, encabezada por Austria. 

Los avances para la unifi cación tuvieron como base al poderoso reino de Prusia. En 1834 Prusia, aprovechando el debili- tamiento de Austria ocasionado por las revueltas nacionalistas italianas, formó una unión aduanera o Zollverein que su- primió los aranceles comerciales entre 25 de los Estados alemanes, excluyendo a Austria. Para 1850, esta unión se había consolidado en casi toda la Confederación Germánica.

Luego de la formación del reino de Italia, la clase dirigente de Prusia, conformada por grandes terratenientes y una naciente burguesía industrial, consideró necesario crear un estado alemán independiente de un imperio austriaco, lo sufi cientemente fuerte como para hacer frente a los gran- des estados europeos. Por ello, en 1861 el rey de Prusia, Guillermo I, nombró canciller a Otto von Bismarck, quien estaba convencido de que la unidad solo sería posible a través de la imposición de la hegemonía prusiana y la exclusión del Imperio austriaco. Contó, además con los generales Helmut von Moltke y Albrecht von Roon, quienes formaron el mejor ejército de Europa. Con ellos, Prusia se embarcó en tres con- fl ictos armados para unifi car Alemania: 

■ En 1864, Austria y Prusia se enfrentaron a Dinamarca en la Guerra de los Ducados. Luego de vencerla, Prusia anexó a su territorio los ducados de Holstein y Luxemburgo, mien- tras que Austria obtuvo el de Schleswig. 

■ En 1866, en la llamada guerra austro-prusiana de 1866, Prusia derrotó a Austria en la batalla de Sadowa. Tras la victoria, Prusia creó la Confederación de Alemania del Norte, de la que Austria quedó excluida. 

■ Entre 1870 y 1871, Prusia se enfrentó a Francia en la lla- mada guerra franco-prusiana. Allí, Prusia derrotó a Francia y anexó para sí los territorios de Lorena y Alsacia.

Después de estos tres confl ictos, el resto de los reinos y du- cados de origen germano se unieron al proyecto unifi cador prusiano. En 1871, en Versalles, Guillermo I de Prusia fue proclamado emperador o Kaiser. Así, Alemania se trans- formó en un imperio o Reich.

Desarrollo político de otros países europeos 
Durante la segunda mitad del siglo XIX, Europa presentaba una gran confi guración política: desde estados liberales como Inglaterra y Francia, hasta monarquías absolutistas como Austria y Rusia.

Gran Bretaña en la Era victoriana 
Entre 1837 y 1901, la reina Victoria gobernó Gran Bretaña. Su vida coinci- dió con el gran apogeo inglés en todos los campos, y por esta razón a este período se le ha llamado Era victoriana. El período más notable ocurrió entre 1867 y 1901, el cual tuvo dos etapas: 



■ Entre 1867 y 1886. Se caracterizó por ser un período de reformas sociales y políticas iniciadas en las décadas anteriores, impulsadas por los dirigentes políticos Guillermo de Gladstone y Benjamin Disraeli, quienes fortalecieron la democracia en la sociedad. 

■ Entre 1886 y 1901. Se caracterizó por la expansión inglesa a través del mundo. Gran Bretaña construyó un imperio que abarcó amplias zonas de Asia, África y Oceanía. La supremacía británica se fundó en su poderío industrial y en su  fl ota marítima. 

Durante la Era victoriana, la reina delegó el gobierno al Parlamento y permitió el equilibrio entre conservadores (tories), principalmente te- rratenientes, y liberales (whigs), mayormente industriales. Este sistema estuvo acompañado de una ampliación del derecho al sufragio para los sectores industriales y trabajadores. 

Francia: del Imperio a la República 
El fi n de la Segunda República se presentó cuando Luis Napoleón, al no poder reformar la constitución para un segundo mandato, realizó un golpe de estado el 2 de diciembre de 1851. Un año después, bajo el nom- bre de Napoleón III, fue coronado emperador y proclamó el Segundo Imperio. Este imperio tuvo una etapa autoritaria, comprendida entre 1852 y 1860, en la que una leal y efi ciente burocracia fortalecieron el poder del Estado y del Emperador. En una segunda etapa, que abarcó desde 1861 a 1871, Napoleón liberalizó su política y restableció los pode- res a la Asamblea Legislativa. Además, ambos períodos se caracterizaron por tener una política expansionista por Europa, la cual se vio truncada con la derrota en la guerra franco-prusiana.

El triunfo prusiano llevó a los republicanos franceses a proclamar en 1871 la Tercera República, la cual surgió en medio de un baño de sangre. El 18 de marzo de 1871, buena parte de los ciudadanos de París, des- contentos por la desigualdad social, se sublevaron en contra de la nueva república e intentaron formar un gobierno socialista. A la insurrección se le denominó la Comuna de París y fue derrotada el 28 de mayo de 1871 por el gobierno francés. Luego, la burguesía retomó el poder político y estableció un sistema parlamentario que duró hasta 1940.

Los Estados autoritarios
En Europa continental predominaron regímenes auto- ritarios, como los de Austria y Rusia.

Austria se convierte en el Imperio austro-húngaro 
Desde 1867, Austria se convirtió en una monarquía dual asociada con Hungría. Cada Estado tenía su pro- pio gobierno y Parlamento, pero compartían la misma política exterior, el ejército y el sistema educativo. Esta asociación fue complementaria y benefi ciosa, debido a que Austria no había alcanzado un desarrollo industrial y se mantenía como una sociedad rural. Por su parte, Hungría tenía una economía eminentemente agraria. De esta unión se benefi ciaron las burguesías regionales, ya que lograron darle empuje a la economía y lograron posicionar, en poco tiempo, a Austria-Hungría como una potencia.

Finalmente, Austria tenía una gran cantidad de nacio- nalidades, como los checos, eslovacos, polacos, serbios, lo que provocó numerosos levantamientos.

El Imperio ruso: autoritarismo y modernización 
La revolución decembrista de 1825 había demostrado que el Imperio ruso no era inmune a la oleada nacionalista y liberal que recorría Europa. Para evitar futuros levantamientos, el zar Nicolás I impuso una severa censura de prensa y persiguió a sus opositores políticos. En 1855, el zar Alejandro II realizó algunas reformas con el objetivo de modernizar el imperio, entre las que se encontraba el fi nal de la servidumbre entre el campesinado ruso y una reforma al sistema político de acuerdo con los parámetros europeos.

Aun así, intelectuales infl uenciados por las ideologías liberales e izquier- distas europeas, encabezaron levantamientos que buscaban la democra- tización del imperio. Ante esta situación, en 1881 el zar Alejandro III volvió a un gobierno autoritario. Sin embargo, esto sirvió poco ya que el descontento popular aumentó en los años posteriores.

El equilibrio entre potencias 
Entre 1853 y 1855, la guerra de Crimea ocasionó una gran tensión inter- nacional. Las tropas de Gran Bretaña, Francia y Piamonte intervinieron en Crimea para evitar que el Imperio ruso se expandiera hacia los terri- torios del debilitado Imperio otomano. Luego de dos años de lucha, las potencias europeas derrotaron al Imperio ruso y lograron garantizar la integridad del Imperio otomano.

Asia, África y Oceanía en el siglo XIX
En el siglo XIX, el mundo asiático experimentó algunas transformacio- nes. Por un lado, la decadencia del Imperio chino, y por otro, la moder- nización de Japón.

La decadencia del Imperio chino 
A fi nales del siglo XVIII, la población del Imperio chino creció de ma- nera considerable y contaba con una economía enorme. Sin embargo, la incapacidad de sus emperadores y el hermetismo hacia los cambios, provocaron su decadencia.

En el aspecto administrativo, el imperio carecía de la cantidad de funciona- rios para administrar todo el territorio. En el campo económico, la falta de un presupuesto nacional y la autonomía de los gobiernos locales afectaron los ingresos del Estado. Entonces, el gobierno central tuvo que reducir gastos y vender los cargos públicos, lo que generó problemas de corrupción.

Asimismo, los sectores más pobres fueron agobiados por la pobreza, las hambrunas y las epidemias. Estos factores sirvieron para desencadenar rebeliones que se extendieron por todo el imperio.

Las rebeliones en el imperio chino
 Entre 1796 y 1901, se produjeron por lo menos seis rebeliones en todo el imperio, siendo las más importantes la del Loto Blanco (1796-1804) y la de Taiping (1851-1864). En esta última su líder, Hong Xiuquan, de- cretó medidas como la abolición de la propiedad privada, la igualdad de los sexos y la prohibición del opio y los juegos de azar. Apoyado por las potencias europeas, el gobierno de la dinastía Qing aplastó la rebelión, dejando más de veinte millones de muertos.

La apertura forzada de China al extranjero
Aunque desde el siglo XVIII China tenía contactos comerciales con paí- ses extranjeros, principalmente con Inglaterra, estos eran bastantes res- tringidos y controlados por el gobierno imperial. Estas medidas no eran bien vistas por los británicos ni por las demás potencias europeas. En la búsqueda de eliminar las restricciones comerciales, Inglaterra se enfrentó contra China en la Guerra del Opio (1839-1842). En esta, China fue obligada a abrir sus fronteras al comercio y a las misiones extranjeras, lo que quebrantó la débil fortaleza del imperio.

La modernización de Japón en el siglo XIX
Entre 1605 y 1854, Japón fue una sociedad autárquica y feudal, aislada del contacto con otros pueblos. Desde 1630, el shogunato Tokugawa o jefatura militar del emperador impidió la difusión del cristianismo, el intercambio comercial con otros países y el viaje al exterior de sus habitantes.

Para 1850, las potencias europeas y Estados Unidos estaban interesados en la apertura comercial de las fronteras japonesas. En 1853, una fl ota de guerra estadounidense llegó a sus costas con la misión de conseguir un acuerdo comercial entre Estados Unidos y Japón. Al año siguiente, se fi rmó el Tratado de Kanagawa, por medio del cual quedaban abiertos dos puertos japoneses al comercio marítimo con Estados Unidos. Pronto, las potencias europeas solicitaron ventajas comerciales similares.

En 1867, la presencia extranjera desencadenó una guerra civil en la cual triunfaron los partidarios de la apertura de las fronteras con el apoyo de las potencias extranjeras. El nuevo emperador, Mutsuito, recuperó el poder imperial que estaba en manos de la familia Tokugawa, e inició el proceso de modernización japonesa, conocido como Restauración Meiji.

La restauración Meiji
Este proceso modernizador comprendió el fi n de la sociedad feudal, la consolidación de la apertura comercial y la occidentalización de Japón. Los extranjeros fueron invitados a modernizar los transportes y las co- municaciones de la isla, y a establecer nuevas industrias. Gran número de japoneses fueron a Estados Unidos y Europa para aprender de sus instituciones políticas, organizaciones militares y sistema de enseñanza, los cuales copiaron juiciosamente. Así, tomaron de Prusia e Inglaterra la organización del ejército y la marina, respectivamente; de Francia e Inglaterra, copiaron el sistema de organización política democrática, pues establecieron una constitución y una monarquía constitucional en 1889. Para fi nales del siglo XIX, Japón era una potencia industrial con gran incidencia en el océano Pacífi co. Esto quedó demostrado con sus triunfos frente a China en 1894, y Rusia, en 1904.

Otras culturas de Asia  y Oceanía
En otros lugares de Asia oriental, el sudeste asiático, la península de Indochina y Oceanía se desarrollaron importantes culturas, las cuales despertaron el interés de las potencias imperiales.

Corea
Durante el siglo XIX, el reino de Corea fue gobernado por la dinastía Joseon, instituida desde 1392. Se caracterizó por no realizar ningún proceso de modernización, económico o técnico, lo cual la convirtió en presa fácil de las potencias imperiales. Es así como Japón, luego de derrotar a China en la guerra de 1894, ocupó el reino de Corea y lo convirtió en su colonia.

La península de Indostán 
La península de Indostán fue colonizada por los ingleses desde mediados del siglo XVIII, cuando se instauró la modalidad de protectorado en la región de Bengala. Desde allí, y en menos de cien años, los ingleses conquistaron la mayor parte de la pe- nínsula. Para 1850 los únicos reinos nativos que mantenían una relativa independencia de naciones extranjeras eran Mysore, Nizam y Rajputana. 

Sureste asiático
A principios del siglo XIX, tres reinos dominaban el sureste asiá- tico: Birmania, Vietnam y Siam. Sin embargo, los dos primeros estaban en plena decadencia y fueron sometidos rápidamente por los británicos y los franceses. En contraposición, Siam no cayó ante las incursiones coloniales gracias a la labor diplomática de la dinastía Chakri, la cual hizo una intensa labor diplomática para evitar la colonización e invasión de sus territorios. 

El descubrimiento de Oceanía
Aunque para el siglo XVII algunos exploradores europeos habían observado algunas islas de la Melanesia, Micronesia y Polinesia, estas zonas permanecieron casi desconocidas. No fue sino hasta fi nales del siglo XVIII cuando exploradores como el británico James Cook y el francés Jean-François Galaup descubrieron que en esta zona existían un sinnúmero de islas que estaban habitadas. Las exploraciones mostraron que los habitantes de estas islas se organizaban en pequeños reinos como el de Tahití y el de Hawái, o en formas tribales como las de Papua. A estas tierras llegaron los misioneros detrás de los exploradores y buscaron dominar las jefaturas indígenas. La expansión cristiana, generalmente protes- tante, había comenzado por Tahití en 1797, y tenía la intención de destruir lo que consideraba salvaje.

Durante el siglo XIX, las potencias de Occidente colonizaron estas islas, lo que causó graves traumatismos entre la población nativa: muchos murieron a causa de las fuerzas militares de los conquis- tadores o por las enfermedades que ellos traían.

Las culturas africanas antes del siglo XIX 
Entre los siglos XII y XVI, África vivió una época do- rada, pues se consolidaron poderosos reinos con un gran desarrollo económico y cultural. Pero a fi nales del siglo XVI, la expansión europea y musulmana causó un proceso de decadencia que culminó con la repartición imperialista del continente a fi nales del siglo XIX.

Entre 1890 y 1910, las potencias europeas conquista- ron, ocuparon y sometieron a un continente cuyo terri- torio estaba gobernado por sus dirigentes autóctonos. Los pueblos africanos se negaron a la imposición y de- fendieron su soberanía y su independencia, su religión y sus formas de vida tradicional. Pese a la resistencia, la colonización destruyó las formas auténticas de vida de los países africanos, quebró sus tradiciones culturales y los obligó a trabajar no para sí mismos sino para el desarrollo europeo.

Características generales de las culturas africanas
En su conjunto, los pueblos del África subsahariana o África negra se caracterizaron por:

■ Tener un sistema político monárquico generalmente hereditario.
■ Desarrollar economías de tipo agrícola y ganadero, cuyos productos se comercializaban con los europeos y musulmanes.

África: un continente multicultural Pese a tener algunas características generales, los pueblos y culturas que albergó el continente africano fueron muy distintos. Por esto, muchos investigadores han dividido el territorio africano en cuatro grandes zonas geográficas:

 África Occidental: fue la zona cuyos pueblos tuvieron más contacto con las culturas europeas y musulmanas. Se dividía en dos regiones: Sudán Occidental y golfo de Guinea. La primera se caracterizó por albergar importantes reinos negros que profesaban el islamismo como Futa Djalon, Futa Toro y Bondú. La segunda fue dominada por dos estados guerreros: la confederación Ashanti y el reino de Dahomey.

■ África central: fue dominada por la cultura bantú. Sus habitantes se dedicaban a la pesca, la caza y las actividades mineras. Para el siglo XIX existían allí importantes reinos como Luba-Lunda y Rwanda.

■ África del Sur: a principios del siglo XIX, esta región se encontraba dominada por tres culturas: los bantús, los hotentotes y los bóers.

■ África oriental: hacia fi nales del siglo XVIII, el reino más representa- tivo de esta zona fue el de Etiopía. En la isla de Madagascar, territorio poblado por una población negro-malaya, se ubicaron dos grandes reinos: Sakalava e Imerina.



El imperialismo y la repartición del mundo
Durante la segunda mitad del siglo XIX, el mundo vivió un proceso cultu- ral, económico político y social conocido como imperialismo, el cual fue liderado por Estados Unidos, Japón y las grandes potencias europeas.

La economía mundial y el imperialismo El imperialismo fue consecuencia de la Revolución industrial. Si bien su primera fase se caracterizó por la libre competencia de las pequeñas y medianas empresas, esta evolucionó hacia una segunda fase que se des- tacó por la concentración del capital, la disminución o eliminación de la competencia y la consolidación de un capitalismo fi nanciero.

Durante la Gran Depresión de 1873-1896, el consumo interno de los países industrializados disminuyó, al tiempo que aumentó el excedente de mercancías. Por ello, estos países exportaron sus excedentes hacia países poco industrializados, ante lo cual estos adoptaron políticas pro- teccionistas para defender sus propios mercados.

Ante la gran competencia, en los países industrializados las empresas con menos avances técnicos quebraron o fueron absorbidas por las grandes industrias. Fue así como se conformaron cárteles o grupos de empresas que defendían sus intereses comerciales y disminuían la competencia, y se consolidaron los trusts o compañías que controlaban el monopolio del mercado sobre un producto o sector de la economía. 

La consolidación de la industria y el comercio exigió importantes aportes de capital con los que sólo contaban los bancos y corporaciones fi nan- cieras. La unión del capitalismo industrial y el fi nanciero desencadena- ron una apertura de nuevos mercados, vinculados al circuito económico europeo y norteamericano. Así, el imperialismo y el colonialismo fueron dos facetas del capitalismo que dieron como resultado una expansión europea por África, Asia y Oceanía. 

La repartición de África La ocupación territorial en este continente se llevó a cabo de la siguiente forma: 

■ Inglaterra en Egipto, junto con Sierra Leona, Gambia, Costa de Oro y Lagos. Desde Egipto, se expandieron por Sudán, Somalia, Kenia y Uganda. 

■  Francia en Túnez y Argelia. Luego, continuó su expansión desde Senegal hacia el interior. ■  Alemania en Camerún, Togo y Tanganika. 

■  España en el Sahara occidental y Guinea ecuatorial. 

■  Portugal ocupó Guinea, Angola y Mozambique.

■  Bélgica e Italia ocuparon el Congo y Somalia.

El imperialismo y el colonialismo
Para el siglo XIX, el término imperialismo tuvo un sentido diferente al que se apli- caba en la antigüedad, ya que abarcaba cuestiones económicas como la expansión del capitalismo industrial y fi nanciero de las potencias europeas, Estados Unidos y Japón sobre las zonas “vacías de poder” de África, Asia y Oceanía. También abarcaba la infl uencia indirecta sobre los países latinoamericanos. Asimismo, comprendió cues- tiones ideológicas como el nacionalismo imperante entre las potencias que competían entre ellas. 

Por su parte, el colonialismo fue un aspecto dentro del imperialismo y signifi có la explotación y el control directo del mundo, caracterizada por su atraso científi co y técnico, por parte de los países industrializados. Cabe destacar que estos se lanzaron a la conquista del mundo motivados por varios factores:

■ Demográficos. El aumento poblacional europeo favoreció una gran migración, sobre todo de los sectores más pobres, a otros continentes. 

■ Culturales. El colonialismo se justificó como una misión civilizadora a través de la cual se difundía por el mundo la cultura occidental, que se creía superior a la de los pueblos indígenas.

■ Religiosos. Dentro del cristianismo europeo y norteamericano, surgió un gran mo- vimiento que tenía como objetivo la difusión del cristianismo por todo el mundo. 

■ Políticos. El colonialismo surgió como extensión de los nacionalismos. Así, algunas naciones utilizaron la expansión imperial como una manera de olvidar las derrotas y humillaciones. También fue importante la competencia, pues una vez iniciada la adquisición de colonias, ninguna potencia quiso quedarse rezagada en el proceso.


                                                         La repartición del mundo 
Desde principios del siglo XIX, Francia e Inglaterra habían iniciado la colonización de Asia y África. De hecho, para la década de 1860, toda la Indochina y el sudeste asiático eran dominados por estos países. Sin embargo, para 1871, la consolidación de extensos imperios, como Alemania, Austria-Hungría, Bélgica, Italia y Rusia, hizo que sintieran interés por lograr una expansión territorial en África y Asia.

La Conferencia de Berlín Esta conferencia, convocada por el canciller Otto von Bismarck y el rey Leopoldo II de Bélgica en 1884, tuvo como objetivo reglamentar la colonización de África para evitar la confrontación entre potencias. En ella además de repartirse el continente, salvo Etiopía y Liberia, se acordaron dos reglas para la colonización. En primera instancia, los países debían expresar la intención de colonizar un territorio para que fuera aprobada. En segundo lugar, se llevaría a cabo la ocupación efectiva, etapa que trajo múltiples confl ictos. Además, se lograron las siguientes disposiciones: 

■ El reconocimiento de la libertad de navegación por los ríos Níger y Congo. 

■ La libertad de comercio en África central. 

■ El establecimiento de una nueva doctrina de ocupación, según la cual los habitan- tes de la costa adquirían el derecho de posesión sobre los territorios ocupados

El sistema imperial en el mundo 
El gobierno de las colonias se desarrolló bajo distintos modelos. Los principales fueron los dominios, los de- partamentos, el protectorado y el virreinato. 

■ Los dominios. Sistema administrativo de domi- nación indirecta fue practicado por Inglaterra. Se fundamentaba en el fomento de las institucio- nes indígenas, la autonomía y el respeto, enten- diendo que las colonias debían gobernarse ellas mismas. Posteriormente, con el gran número de inmigrantes europeos, se instauró el sistema de autogobierno, como sucedió en Australia, Canadá y Nueva Zelanda. 

■ Los departamentos. Sistema de dominación di- recta, practicado por Francia. Se caracterizó por ba- sarse en la doctrina de asimilación, la cual señalaba que los colonos e indígenas eran ciudadanos con derechos, lo que les permitía participar en la ad- ministración colonial. Esta se presentó en Argelia, Indochina y Senegal. 

■ El protectorado. Sistema de gobierno mediante el cual las autoridades indígenas aceptaban gobernar bajo la dirección de una apotencia europea.

 ■ El virreinato. Aplicado por los ingleses en la pe- nínsula del Indostán o India, cuyos estados estaban sometidos al régimen del protectorado pero depen- dían directamente de la corona británica. 

La resistencia al imperialismo El avance imperial no estuvo exento de resistencias y confl ictos, que fueron del siguiente tipo: 

■ La resistencia dentro de las potencias. Esta era organizada por los partidos socialistas y los movi- mientos obreros. 

■ Las rebeliones internas. Estaban dirigidas por mo- vimientos o sociedades secretas que defendían los valores culturales y religiosos autóctonos. Este fue el caso de los cipayos en India y los boxers en China. 

■ Los confl ictos entre europeos. En la práctica, el establecimiento de una colonia era tan importante en el ámbito político y económico que las naciones estaban dispuestas a violar los acuerdos con tal de obtener más tierras. En este contexto, se presentaron las guerras hispano-norteamericana de 1898, la guerra de los Bóers en 1899 y la ruso-japonesa de 1904. Todas estas confrontaciones fueron preludio de la Primera Guerra Mundial de 1914.

La consolidación    de los Estados americanos 
Durante la segunda mitad del siglo XIX, los países americanos vivieron un proceso de consolidación de los respectivos Estados nacionales, los cuales abarcaron aspectos políticos, económicos y sociales. 

La economía en América    durante la segunda mitad del XIX 
Durante la segunda mitad del siglo XIX, en la economía mundial surgió el concepto de la división internacional del trabajo. Esto signifi caba que los países más industrializados y con la mayor concentración de capital se encargarían de producir los bienes y servicios que necesitaba todo el mundo. En cambio, los países menos industrializados deberían proveer de materias primas a las grandes potencias industriales. 

Esta división afectó radicalmente la economía americana, puesto que los Estados Unidos se convirtieron en una potencia industrial, mientras que América Latina quedó como una economía dependiente productora de materias primas. 

La economía en Estados Unidos 
Para mediados del siglo XIX, Estados Unidos se caracterizaba por tener una economía mixta en la que predominaban la agricultura extensiva, la extracción de oro y una incipiente industrialización. Luego de 1870, gra- cias a una gran acumulación de dinero proveniente de las minas de oro, inició un rápido proceso de industrialización que lo llevó a convertirse en uno de los países más industrializados del mundo, junto con Inglaterra y Alemania. Adicionalmente, se promulgaron leyes que protegían su industria a fi n de combatir la penetración de productos extranjeros. 

Para fi nales del siglo XIX, la necesidad de expandir su economía llevó a Estados Unidos a fi jarse en América Latina como zona de infl uencia para obtener materias primas y establecer negocios agropecuarios. Por ello, económicamente, América Latina pasó de ser dependiente de los países europeos a ser dependiente de los Estados Unidos. 

La economía latinoamericana después de la segunda mitad del siglo XIX
En la segunda mitad del siglo XIX, las perspectivas económicas de América Latina no eran muy alentadoras: conservaba las estructuras poco modernas heredadas de la colonia, adolecía de una gran industria y de un mercado interno, y contaba con una pobreza generalizada. Por lo tanto, uno de los principales objetivos de los gobernantes latinoame- ricanos fue el de llevar a cabo reformas que fomentaran la industria e insertaran exitosamente a América Latina en la economía mundial.

Las reformas liberales de mitad de siglo 
Entre 1849 y 1885, muchos gobernantes latinoamericanos buscaron mo- dernizar las economías de sus países por medio de una serie de reformas inspiradas en la fi losofía liberal. Estas buscaban eliminar todas las trabas que existían en las diferentes sociedades latinoamericanas, establecer un mercado interno y un sistema económico de corte capitalista de libre mercado. Para ello intentaron: 

 ■ Eliminar los derechos de aduanas y monopolios. 

■ Construir vías de comunicación, especialmente los ferrocarriles.

 ■ Fomentar la inversión extranjera para que creara nuevas industrias y fortaleciera el comercio. ■ Desamortizar viejas formas de propiedad comunal y corporativa, como las de la Iglesia Católica. 

El modelo agroexportador de la mitad del siglo XIX Pese a que los gobernantes latinoamericanos intentaron modernizar sus países para insertarlos de manera exitosa a la economía mundial, también se dieron cuenta de que las grandes potencias les llevaban una enorme ventaja tanto en desarrollo económico como industrial. Por lo tanto, los países latinoamericanos optaron por la única oportunidad que tenían para insertarse en la economía mundial: la exportación de materias primas y productos alimenticios, como la carne y el azúcar, y la importación de bienes fabricados en las grandes potencias mundiales. 

Aunque América Latina tenía grandes riquezas minerales, no contaba con el desarrollo tecnológico para iniciar su explotación. Fue así como los gobiernos latinoamericanos comenzaron a permitir la entrada de empresas extranjeras para explotar los yacimientos minerales. 
Toda esta situación generó una inmensa dependencia económica y po- lítica de los países industrializados, primero de Inglaterra y luego de los Estados Unidos. 

El modelo agroexportador y el latifundio
Si bien las reformas liberales atacaron viejas estructuras coloniales no afectaron a la más importante de ellas: el latifundio. Por el contrario, muchas de las medidas tomadas a mediados del siglo XIX tendieron a fortalecerlo. De hecho la necesidad de conseguir muchas tierras para poder llevar a cabo grandes labores agropecuarias, condujo a que las tierras se acumularan en manos de unos pocos propietarios que conta- ban con capital sufi ciente para explotarlas y para abrir los mercados con productos agropecuarios hacia otros países. Desde luego, la continuidad del latifundio daría paso al sometimiento de la mano de obra de los sectores campesinos.

La política en América durante la segunda mitad del siglo XIX
La unifi cación norteamericana En la segunda mitad del siglo XIX, Estados Unidos con- solidó su unidad nacional con la Guerra de Secesión. Este proceso, comenzó luego de la declaración de inde- pendencia, cuando las Trece Colonias se expandieron hacia el oeste y el sur: en 1803 compraron Louisiana a Francia y la Florida a España en 1820. Entre 1835 y 1848, arrebataron a México, por medio de guerras, los estados de California, Nuevo México y Texas. En 1867 adquirió Alaska y, posteriormente, ocupó las islas de Hawai. 

La Guerra de Secesión 
Pese a que los Estados Unidos dominaban gran parte del territorio norteamericano, una creciente división entre los estados del norte y los estados del sur pu- sieron, hacia 1860, en peligro la unidad del país. Las diferencias entre estas dos zonas tienen sus orígenes en el tipo de economía que desarrollaron: mientras que los estados del norte impulsaron una economía basada en la agricultura y el comercio, los del sur se caracteri- zaron por tener una economía latifundista y esclavista. Asimismo, mientras los estados del norte eran partida- rios de una federación de estados con un poder central fuerte, el sur defendía un sistema confederado con alto grado de autonomía de los estados integrantes.

La imposibilidad de conciliar estas dos regiones, su- mado a la elección de Abraham Lincoln, reconocido defensor de la abolición de la esclavitud, como presi- dente de Estados Unidos, enfureció a los sureños que conformaron una Confederación y declararon su se- paración de la unión. En 1861, el presidente manifestó que ningún estado tenía derecho a separarse y declaró la guerra a los estados del sur. Este confl icto, que duró cuatro años, culminó con el triunfo de los ejércitos del norte sobre la Confederación.

Consolidación de los Estados en América
Latina Entre los procesos de consolidación de los estados nacionales en América Latina está la implementación de las reformas liberales, la adopción de la fi losofía positivista del orden y el progreso, y la independencia defi nitiva de las últimas colonias que estaban bajo dominio español. 

Los gobiernos liberales (1850-1876) 
Hacia mediados del siglo XIX, el caudillismo y el conservatismo que habían dominado después de los procesos de independen- cia empezaron a resquebrajarse. La consolidación y aumento de poder de una élite burguesa latinoamericana hizo que ella empezara a reclamar una serie de medidas liberales, no solo en el campo económico sino también en el político. Estas medidas buscaban la eliminación de sistemas de gobiernos autoritarios, la implantación defi nitiva de gobiernos republicanos y la sepa- ración de la Iglesia y el Estado. Aunque esto último no fue auto- mático, paulatinamente se fue consolidando. Entre los gobiernos liberales sobresalieron los de Benito Juárez en México, Justo Rufi no Barrios en Guatemala y Antonio Guzmán Blanco en Venezuela.

Una muestra de la política liberal en México fue la expedición de la ley Juárez, con la cual se coartaron los derechos de militares y de miembros pertenecientes a la Iglesia católica, como suprimir los tribunales especiales que tenían ambos organismos.

Salvo el caso de Chile, que recibió muy bien las ideas liberales, en gran parte de América Latina las reformas liberales de mitad de siglo produjeron gran inestabilidad, pues grupos de ideolo- gía conservadora cercanos a la Iglesia no compartían el modelo liberal. En esta tendencia se destacó Gabriel García Moreno en Ecuador.

El orden y el progreso (1876-1910)
Hacia la década de 1870 surgió un nuevo pensamiento fi losófi co denominado el positivismo. En el ámbito político, promulgaba que el arte de gobernar los Estados debía llevar a cabo bajo méto- dos científi cos. Esta idea caló muy fuerte en una parte de la élite latinoamericana que, luego de derrocar a los gobiernos de corte liberal, proclamaron que el crecimiento económico y el fortaleci- miento de la nación debían llevarse a cabo por medio de la instau- ración del orden social y el progreso económico. Los gobiernos más representativos de esta etapa fueron el de la Vieja República del Brasil y el de Porfi rio Díaz en México. Precisamente, durante el gobierno de Porfi rio Díaz, fue que se buscó el orden y la paz como piezas fundamentales para llevar a México a la cúspide del progreso.

La formación de la república del Brasil 
A diferencia del resto de los países de América Latina, Brasil tuvo una evolución política distinta a lo largo del siglo XIX. Desde 1821, era una monarquía que tenía una gran estabilidad política. Sin embargo, en la década de 1870 la élite terrateniente ligada a la exportación de productos agrícolas vio en la monarquía una institución que era un obstáculo para la modernización del país. Esta imagen se fortaleció en 1888 cuando la monarquía decretó la manumisión de esclavos sin ninguna compensación a sus propietarios. Desde ese momento, la élite terrateniente apoyó la caída del rey Pedro II, la cual se dio en 1889 cuando fue proclamada la República de Brasil.

La independencia de Cuba 
Después de la independencia de los países de América Latina, Cuba y Puerto Rico fueron los últimos reductos coloniales de España. Esta dominación colonial produjo una inestabilidad política en la isla cu- bana, ya que una élite criolla luchó por su independencia. Producto de ello fue la consecución de su autonomía y su participación en las cortes de España en 1878. Aun así, líderes como José Martí y Antonio Maceo siguieron luchando por la independencia total. Sin embargo, fue en 1898, con la derrota de España en su guerra con Estados Unidos, cuando Cuba logró su independencia.

Un año después de la independencia cubana, Estados Unidos ocupó la isla y nombró gobernadores militares. Cincuenta años antes, Estados Unidos había ofrecido cien millones de dólares a España por la compra de Cuba, pues su riqueza en materias primas como el plomo y el zinc, la hacían importante para el desarrollo de la industria norteamericana. En 1901 se aprobó la constitución de Cuba, a la cual el gobierno de Washington le hizo una adición conocida como la Enmienda Platt. Desde entonces la Constitución cubana incluía ocho puntos que esta- blecían el control norteamericano sobre las decisiones de gobierno.

Las transformaciones sociales en América Latina A comienzos de 1850, la población de los países de América Latina que era principalmente rural, empezó a volverse urbana. Durante esta época, se dio un crecimiento de las ciudades latinoamericanas lo que produjo una nueva capa social: el poblador urbano conformado prin- cipalmente, por artesanos, obreros y clases medias. Estos, junto con los campesinos y trabajadores rurales conformaron los estratos más bajos de la sociedad.

A lo largo de este período, los gobernantes latinoamericanos no pres- taron atención ni a las demandas que el sector social menos favorecido solicitaba ni mucho menos a sus condiciones económicas. Esto produjo que dicho sector se organizara para exigir sus derechos. Fue así como se dio la formación de movimientos artesanales y, para fi nales del siglo XIX, el surgimiento del movimiento obrero.

Las migraciones a América durante la segunda mitad del siglo XIX 
Entre la segunda mitad del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX, toda América recibió a un sinnúmero de inmigrantes provenientes de los otros continentes del mundo, en especial de Asia y Europa.

Causas de migración
Durante la segunda mitad del siglo XVIII y todo el siglo XIX, Europa y Asia experimentaron un alto crecimiento de la población, lo cual incrementó la pobreza y la hambruna en algunos de sus países.

Por el contrario, América era un continente muy poco poblado que necesitaba aumentar su población para obtener un mayor número de mano de obra y así ocuparla en las diferentes actividades económi- cas que empezaban a surgir en la región. Es así como grandes países americanos, como Estados Unidos, Argentina y Brasil, patrocinaron la inmigración de personas de otros continentes. Por su parte, los asiá- ticos y europeos empobrecidos vieron a América la oportunidad para abandonar su miseria e iniciar una vida más prospera. Por ello, entre 1850 y 1920 llegaron más de 40 millones de inmigrantes al continente americano.

De dónde provenían y a dónde llegaron los inmigrantes 
Los inmigrantes provenían de Irlanda, España, Portugal, Sur de Alemania, Italia, China y el Imperio otomano, países con una economía rural y de- sarrollo industrial incipiente.

En su orden, la mayoría de inmigrantes llegaron a Estados Unidos, Argentina, Brasil, Cuba, México, Uruguay y Chile. Esto signifi ca que ellos llegaban a los países donde había mayor prosperidad económica y, por lo tanto, mejores oportunidades de conseguir trabajo o dedicarse a los negocios.

Consecuencias de la inmigración
El mayor impacto de la inmigración en América fue en lo econó- mico. Este proceso aportó la mano de obra que necesitaban los países latinoamericanos y Estados Unidos para llevar a cabo su desarrollo económico.

La llegada de los inmigrantes trajo consigo la difusión de ideologías acordes con las necesidades de los trabajadores, como el anarquismo, el marxismo y socialismo. La conformación de los primeros sindicatos en Argentina, Brasil y Uruguay fueron sus principales aportes al mo- vimiento sindical. Finalmente, los inmigrantes transformaron la cultura de los países americanos al fusionarse con las idiosincrasias locales. De esta fusión surgieron otras culturas que más tarde se enraizaron en los pueblos americanos.

Cultura y sociedad durante  la segunda mitad del siglo XIX
En Europa se produjo, durante la segunda mitad del siglo XIX, un crecimiento económico propiciado por la expansión económica. Este avance también estuvo ligado al progreso científi co y cultural. 

La laicización de la sociedad europea 
Los asombrosos inventos tecnológicos y descubrimien- tos científi cos realizados durante la segunda mitad del siglo XIX desvirtuaron muchos de las creencias rela- cionadas con los dogmas y la fe cristiana. Esto generó que un gran sector de la sociedad europea se alejara de los mandatos y de la guía de las diferentes religiones de corte cristiano. Por ello, la religión y sus instituciones, en especial la Iglesia Católica, perdieron el control social. A este proceso se le denomina la laicización de la sociedad. Es la época en que el ateísmo empieza a predominar en los círculos científi cos e intelectuales y en la que fi lósofos como Federico Nietzsche y Karl Marx realizan sus críticas negativas en contra de Dios y las religiones.

Otra corriente científi ca es el evolucionismo cuyo principal teórico es Darwin. En su libro El origen de las especies defi ende la teoría de la evolución basada en la adaptación de los organismos al medio, la lucha por la vida de los seres vivos y la selección natural. Por úl- timo, cabe mencionar como otra corriente en la ciencia naturalista las teorías sobre la herencia. 

La crisis espiritual de fi nales del siglo XIX 
A pesar de que para la segunda mitad del siglo XIX había un consenso en cuanto a que el progreso material era el máximo valor de la sociedad, muchos fi lósofos y literatos de la época consideraron todo lo contrario. Para ellos, la destrucción de los paisajes naturales por la irrupción de la ciudad, la mercantilización de las re- laciones humanas y el abandono de lo espiritual por la riqueza material eran muestras negativas del progreso material. A este fenómeno se le denominó la crisis es- piritual de fi nales del siglo XIX y estuvo representado por movimientos literarios como el parnasianismo y el simbolismo.

La cultura en América Latina durante el siglo XIX
En la segunda mitad del siglo XIX, la inserción de América Latina a la economía mundial produjo un crecimiento económico que favoreció el desarrollo cultural. Esto se refl ejó en el desarrollo del periodismo y de la industria editorial. Los periódicos y las publicaciones seriadas, tan escasas a inicios del siglo XIX, aumentan en número. Esta es la época de fundación de periódicos tan legendarios como La Nación de Buenos Aires. 

En el campo de la educación se dio un aumento del número de escuelas. Por su parte, la instrucción universitaria abandonó la tradición escolás- tica colonial por la infl uencia de las fi losofías modernas de Inglaterra, Francia y Alemania.

Durante las tres primeras décadas de la segunda mitad del siglo XIX, el romanticismo siguió dominando el mundo literario e intelectual. Pero hacia 1880 decayó para darle paso al modernismo. 

El modernismo en América Latina En América 
Latina, la crisis espiritual de fi nales del siglo XIX produjo el movimiento intelectual y literario del modernismo. Este consideraba que el artista debía alejarse del mundo real y que su producción literaria debía estar ajena a cosas banales como la política, la economía y el com- promiso social. A esta idea se le denominó el arte por el arte. 

El autor modernista más reconocido fue el poeta nicaragüense Rubén Darío quien en su libro Azul expone los principios del modernismo. Otros representantes del movimiento fueron los cubanos José Martí y Julián del Casal, el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera y el colombiano José Asunción Silva.

Competencias ciudadanas 
La Creación de la Cruz Roja En 1859, durante la Batalla de Solferino que enfrentó a los ejércitos de Cerdeña-Piamonte y Francia contra las fuerzas militares del imperio austriaco, el suizo Jean Henry Dunant se encontraba en un viaje de ne- gocios por Castiglione, población cercana al lugar de los enfrentamien- tos. Mientras se encontraba en el pueblo, Dunant observó la llegada de miles de soldados heridos que no contaban con ningún tipo de ayuda o asistencia médica. Impresionado por este hecho, propuso la creación de cuerpos de socorro conformados por voluntarios cualifi cados que, en tiempos de guerra, cuidaran a los heridos.

Cuatro años después, en 1863 Dunant decidió, junto con los doctores Louis Appia y Th eodore Maunoir, el general Guillaume Henry Dufour y el abogado Gustave Moynier, fundar el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Luego, el 8 de agosto de 1864 el CICR convocó a una reunión diplomática donde participaron representantes de 16 gobiernos europeos, quienes fi rmaron la llamada Convención de Ginebra. En este documento, quedó consagrada la obligación de proteger a los militares heridos en campaña y declarar neutros los hospitales y a las personas encargadas de labores médicas en tiempos de guerra. 

Las Convenciones de Ginebra y el Derecho Internacional Humanitario (DIH)
Las Convenciones de Ginebra son los cuatro tratados fi rmados entre 1864 y 1949 en la ciudad de Ginebra por los representantes de diferentes países del mundo. Constituyen las bases del Derecho Internacional Humanitario (DIH).




Tomado de Hipertexto  Santillana
Actividades Complementarias