En el siglo XVIII, la sociedad británica experimentó una serie de transfor- maciones económicas, sociales y culturales que asomaban por todos lados: el campo veía expandir las propiedades y migrar gran parte de sus pobla- dores, las ciudades crecían y, desde lejos, se podía ver el humo de las má- quinas. La riqueza aumentaba y se acumulaba mientras miles de hombres, mujeres y niños trabajaban desesperanzados y hambrientos.
Este nuevo sistema de producción
industrial, apoyado en un constante pro- greso tecnológico, consolidó un
mercado a nivel mundial y generó una divi- sión internacional del trabajo,
gracias a lo cual unos países se especializaron en productos industriales y
otros en materias primas. Este proceso permitió el surgimiento y desarrollo de
un nuevo sistema económico: el capitalismo.
La Revolución industrial fue un
proceso que tuvo su origen en Gran Bretaña a mediados del siglo XVIII, y que
consistió en un acelerado crecimiento económico, acompañado de grandes
transformaciones sociales y tecnológicas, así como cambios en el sistema de
pro- ducción, en la organización del trabajo y en la vida de las personas. Por
primera vez, una sociedad superó los límites de la economía agraria e inició
una constante y rápida producción masiva de manufacturas a un bajo costo,
obteniendo grandes benefi cios económicos.
Este fenómeno se produjo gracias
al cambio en las tradicionales relaciones serviles feudales, promo- vido por la
protoindustria. En este sistema, un co- merciante distribuía materias primas
como lana en bruto e hilo, y en ocasiones equipos y herramientas, para que unos
artesanos rurales especializados, las trabajaran y le entregaran luego los
productos ela- borados. Éstos finalmente eran vendidos en los na- cientes
mercados urbanos, y los artesanos recibían a cambio un pago en dinero o
salario.
Contexto geográfico de la
Revolución industrial Para el siglo XVIII, Gran Bretaña comprendía los rei- nos
de Inglaterra, Irlanda y Escocia, que se unió en 1707. Actualmente, está
formada por dos islas princi- pales al noroeste de Europa, y se encuentra
rodeada por el Océano Atlántico, el mar del Norte y el canal de la Mancha, que
la separa del continente europeo.
Las industrias textiles, de
hierro y de carbón, se concen- traron en el condado de Lancashire y las
ciudades de Manchester, Leeds, Sheffi
eld, Bristol, Birmingham, Derby, Glasgow, Edimburgo, Newcastle y
Londres.
Su posición geográfi ca, así como
el desarrollo de una gran fl ota mercantil y una poderosa Armada Real que se
impuso a otros países europeos, le permitió a Gran Bretaña dominar los mares y
las rutas comerciales ma- rítimas más importantes.
Revoluciones burguesas Para el
siglo XVII, Gran Bretaña era gobernada por una monarquía absolutista. Sin
embargo, la bur- guesía mercantil en ascenso buscaba participar en el gobierno.
Sus esfuerzos culminaron en 1688 cuando, en un acuerdo con los nobles, derrocó
al rey Jacobo II. Así nació el sistema de monarquía parlamentaria, es decir, el
gobierno compartido de la Corona y el Par- lamento. Este se dividió en la
cámara de los Lores, conformada por los nobles, y la cámara de los Comu- nes,
integrada por los burgueses. Además se adoptó la Declaración de Derechos, con
la cual se subordinaba el poder ejecutivo al poder legislativo.
Cambios en la propiedad de la
tierra Desde el siglo XVII, los grandes terratenientes fueron acumulando cada
vez más tierras comunales, bosques, terrenos arables y otros dedicados al
pastoreo. Con la Ley de Cercamientos de 1727, se legalizaron estas
apropiaciones. En 1820, solo el 3% de las tierras estaban sin cercar. Los terratenientes
fueron implementando una agricultura para el mercado, en lugar del sistema de
autosufi ciencia. Además, muchos campesinos fue- ron expulsados de sus tierras,
por lo que tuvieron que vender su fuerza de trabajo para subsistir, aumentando
el número de trabajadores asalariados.
Revolución agrícola Desde 1720 se
experimentó un incremento de la pro- ducción de alimentos, gracias a la mayor
productividad de la tierra. Esto se debió a nuevas técnicas de produc- ción
agrícola como el uso de abonos de origen animal, la incorporación de nuevas
plantas como el maíz y las patatas, y el uso de herramientas de hierro para el
arado. La agricultura británica pudo alimentar a una creciente población no
agraria, que ahora migraban hacia las ciudades en busca de nuevos empleos.
Revolución demográfica Gracias a
las mejoras en la salubridad y en la pro- ducción agrícola, la tasa de
mortalidad disminuyó y se presentó un ritmo sostenido de crecimiento de la
población a partir de 1740. Se pasó de 6,5 millones de habitantes en 1750, a
9,3 millones en 1801, y más de 16 millones en 1841. Esta explosión demográfi ca
representó un aumento en la demanda de alimentos, productos manufacturados y
combustibles.
Fundamentos de la Revolución
industrial El proceso de industrialización británico se apoyó en un mercado
interior bastante desarrollado, una posi- ción hegemónica en el mercado mundial
y el respaldo del gobierno.
El mercado interno Gran Bretaña
desarrolló internamente una econo- mía de mercado, con productos y servicios para
la circulación mercantil, y un sector manufacturero en crecimiento que pudo ir
acumulando capital para la inversión en equipos tecnológicos. Se construyeron
canales, carreteras y puentes, para mejorar el trans- porte y la comunicación
en el interior de la isla, co- nectando las ciudades para conformar un mercado
nacional amplio. Además, se eliminaron las antiguas trabas feudales como las
aduanas internas y los pagos de permiso de paso por las tierras de los grandes
se- ñores. De esta manera, podía circular libremente la creciente producción de
carbón, hierro, alimentos y manufacturas.
El mercado externo Gracias a su
poder naval, Gran Bretaña consolidó un vasto imperio que le aseguró el
suministro de mate- rias primas, y el monopolio sobre amplios mercados
coloniales. De Asia, África y América, obtenía algo- dón, azúcar, té y tabaco,
al tiempo que satisfacía la creciente demanda, primero de telas de algodón, y
luego de capitales para invertir en el sector produc- tivo. El comercio
colonial intensifi có la esclavitud, desde los proveedores de esclavos y de
productos para su manutención, hasta su explotación en tareas agrícolas y
mineras en las colonias.
El gobierno Los comerciantes
estaban bien representados en el gobierno y, poco a poco, los intereses
crecientes de los manufactureros también fueron impulsados. La política
imperial y las guerras se orientaron a elimi- nar la competencia y a aumentar
las exportaciones británicas. Por ejemplo, en 1700 se prohibió la entra- da de
textiles de la India, y en 1813 se obligó a esta colonia a importar masivamente
tejidos de algodón del Lancashire. Asimismo, el gobierno impulsó la in-
novación técnica en barcos y cañones, con lo cual se promovió el desarrollo de
industrias como el hierro y el carbón.
Avances tecnológicos La aparición de las máquinas signifi có una gran ruptura con las tradicionales formas de producción. Los primeros avances técnicos fueron sencillos y baratos, aplicando los conocimientos científi cos y las fuentes de energía que ya se conocían, como la hidráulica y el vapor. Gracias a estos adelantos, se multiplicó la producción en las industrias textil y pesada.
Principales cambios en la
Revolución industrial
Avances tecnológicos La aparición de las máquinas signifi có una gran ruptura con las tradicionales formas de producción. Los primeros avances técnicos fueron sencillos y baratos, aplicando los conocimientos científi cos y las fuentes de energía que ya se conocían, como la hidráulica y el vapor. Gracias a estos adelantos, se multiplicó la producción en las industrias textil y pesada.
Inventos como el torno de hilar,
en 1764, y el telar hidráulico, en 1769, superaron las técnicas manuales y
especializaron la mano de obra. Sin embargo, el invento que revolucionó la
producción fue la máquina de vapor de Watt y Boulton. Este avance se aplicó a
la minería, a los textiles y a los transportes, con la invención del barco de
vapor y el ferrocarril.
Nueva organización del trabajo La
producción industrial que remplazó al taller y a la familia se concentró en las
fábricas. Estas eran espacios donde se combina- ban las máquinas con los
obreros especializados asalariados, quie- nes se enfrentaron a un nuevo modo de
vida: un ritmo de trabajo con jornadas de 12 a 16 horas diarias, en muy malas
condiciones, sometidos a la disciplina laboral del patrón, con bajos salarios y
el riesgo permanente de perder el empleo. Aunque inicialmente se ubicaron en el
campo, luego se instalaron y crecieron en las ciudades.
Urbanización Los cambios en la
estructura agraria y la proliferación de industrias en las ciudades estimularon
un fuerte proceso de urbanización desde fi nales del siglo XVIII y todo el XIX.
Las ciudades industriales
crecieron de manera desordenada, y se caracterizaron por los barrios obreros,
muy pobres, contaminados y con graves problemas de salubridad.
Estos centros urbanos ampliaron
la demanda de artículos y pro- ductos elaborados en el mercado interior
británico. Por ejemplo, el carbón se utilizaba como calefacción en los hogares
y, para 1842 este uso doméstico consumía 20 de las 30 millones de toneladas
anuales que producían las minas británicas.
Fases de la Revolución industrial
La Revolución industrial se divide en dos grandes
fases comprendidas entre 1780 y 1895. Durante este período, que abarca más de
cien años, se desarrollaron grandes avances técnicos.
Primera fase (1780-1840) Este período se basó en la
industria del algodón, la cual creció y dinamizó toda la economía británica.
Ciuda- des como Manchester, Leeds y Salford, se llenaron de fábricas dedicadas
a su producción. Sin embargo, se mantuvieron regiones y empresas especializadas
por toda Gran Bretaña: hiladoras, tejedoras, tintoreras, blanqueadoras y
estampadoras.
Esta industria creció por la exportación hacia mer-
cados coloniales, mientras que en el interior tenía un mercado protegido, y fue
remplazando al lino y a la lana. En 1830 constituía la mitad del valor de todas
las exportaciones británicas y la quinta parte de las impor- taciones,
principalmente de las plantaciones esclavistas de Estados Unidos.
La industria textil basada en el algodón permitió
una gran acumulación de capital, extendió la mecanización y el trabajo en las
fábricas, al tiempo que estimuló otras industrias: carbón, hierro y química,
esta última para el blanqueado y el teñido de las telas.
Los cambios tecnológicos Los inventos en esta
industria respondieron a los desequi- librios creados en su producción, pues en
principio era mayor la efi ciencia del tejido que del hilado. Con la in-
vención del telar manual, acelerado por la “lanzadera volante”, el torno de
hilar no dio abasto a los tejedores. Para equilibrar el proceso se inventaron
tres máquinas: la spinning-jenny de la década de 1760, que permitía hilar
manualmente varios cordones, la wáter-frame de 1768, que combinaba la idea de
la spinning con una serie de rodillos y husos, y la mule de 1780, que com-
binaba las anteriores y funcionaba con vapor.
El tejido se mantuvo multiplicando los telares y
tejedo- res manuales, sin embargo en 1785, se inventó el telar mecánico, que
utilizaba la potencia del agua y luego del vapor. Estos telares pasaron de ser
2.400 en 1813, a 85.000 en 1833 y 224.000 en 1850, lo que signifi có el despido
de miles de tejedores manuales.
Segunda fase (1840-1895) En esta fase se
desarrollaron las llamadas industrias pesadas: carbón, hierro y acero. Estas industrias
per- mitieron la formación, la consolidación, el desarrollo y la difusión de la
industrialización, con un fuerte em- pleo de mano de obra y la inversión de
capitales britá- nicos en el exterior.
Gran Bretaña contó con abundantes reservas de car- bón,
que eran explotadas por grandes grupos de mi- neros. Con la creciente demanda,
se cavaron túneles más profundos y se desarrolló el transporte del mine- ral
hasta la boca de la mina y, de allí, a las fábricas, los hogares y los puertos.
Se usaron carros sobre rieles, primero tirados por caballos y luego por
locomotoras, máquinas que aprovechaban la energía del vapor. Aun- que el
transporte del carbón al interior de las minas no fue repentino, permitió
agilizar su transporte.
Esta máquina se perfeccionó y evolucionó hacia los
ferrocarriles, los cuales, junto con el barco de vapor, revolucionaron el
transporte en el siglo XIX. Los ferro- carriles consolidaron la producción de
hierro y carbón, a la vez que ampliaron sus mercados externos, emplea- ron muchos
obreros asalariados, absorbieron capitales y transformaron la concepción sobre
las distancias y la comunicación. La construcción de ferrocarriles se extendió
por todo el mundo. Fueron fi nanciados con capital británico, construidos con
materiales y equipo de la isla y, frecuentemente, asesorados por técnicos de
este país.
La industria del hierro disfrutó una serie de
mejoras técnicas. En 1713 se comenzó a usar el carbón mineral o de coque, en la
fundición del hierro en los altos hor- nos. En la década de 1780, se crearon
los métodos de pudelaje y laminado, para un mejor manejo y trabajo del mineral.
En 1829 se empieza a usar la inyección de aire caliente en el horno, utilizando
una bomba de vapor, para una mayor combustión y un ahorro de combustible. Esta
industria contó con una diversa de- manda interior: máquinas, herramientas,
puentes, rie- les, tuberías, materiales de construcción y utensilios
domésticos.
El acero fue ganando espacio con la invención del
convertidor Bessemer en 1850, con el uso
del horno de reverbero desde la década de 1860, y con el pro- ceso de
revestimiento básico de fi nales de la década de 1870. Estos avances
permitieron una producción masiva del acero, que por ser más resistente y
durade- ro, sustituyó al hierro en las industrias de transporte, construcción y
elaboración de partes para las locomo- toras. La producción masiva de acero dio
un giro a la tecnología y la industria de aquella época.
La Revolución industrial en otros países Los avances industriales
británicos se expandieron sobre Europa y Norteamérica, en un proceso lento y
tardío, ya que en el continente persistían estruc- turas feudales como la
servidumbre, los gremios, las aduanas y tributos señoriales, que difi cultaron
la producción, el comercio y la creación de mercados nacionales.
Las potencias continentales
buscaron reducir la venta- ja económica británica, imitando su modelo, aunque
en su caso fue la industria siderúrgica y no la textil la que lideró la
industrialización. Para ello, importa- ron máquinas de vapor y contrataron
técnicos ingleses para la fabricación de máquinas y el desarrollo de los
ferrocarriles.
Bélgica Fue el primer país que adoptó el modelo británico y, para
1840, era el más industrializado en Europa con- tinental. Su industria textil
tuvo un importante pre- cedente protoindustrial en el sector del lino. A partir
de este, se desarrolló tempranamente la manufactura del algodón en la región de
Flandes, con un uso casi generalizado del vapor en todos los telares e hilado-
ras. Su industria siderúrgica se sustentó en el carbón mineral, del cual fue el
primer productor continental entre 1830 y 1860. Por su reducido mercado
interior, exportaba a los mercados más cercanos: Francia y Ale- mania. Gracias
al apoyo del Estado, en 1850, tenía la red ferroviaria continental más extensa.
Francia Su industria textil se localizó en Normandía, alrede- dor
de Rouen, al norte, con centro en Lille, y al este, en Alsacia y los Vosgos.
Esta zona fue la más moderna y, entre 1840 y 1850, compitió con Gran Bretaña en
la construcción de telares mecánicos para el algodón. Sin embargo, estos solo
se generalizaron hasta 1879, pues existían fábricas más pequeñas y máquinas más
primitivas que las británicas, y porque persistía gran número de tejedores
manuales.
La industria siderúrgica
privilegió inicialmente el car- bón vegetal, por la abundancia de bosques.
Aunque se estableció el primer alto horno en 1785, bajo la direc- ción del
inglés Wilkinson contratado por el gobier- no, su uso se extendió lentamente.
La principal zona siderúrgica se estableció en Lorena, sin embargo, las
fábricas francesas se especializaron en la producción de artículos de lujo.
Alemania Su industria textil fue similar a la francesa, aunque con
mayor importancia de la lana nacional. Los primeros telares mecánicos se
introdujeron en 1825, y en 1847, solo había dos máquinas de vapor en la
producción de algodón.
Su industria siderúrgica tuvo un
desarrollo aun más lento, ya que hasta 1840 privilegió la importación de
hierro, y una industria de acabado y transformación. Sin embargo, los
yacimientos de hierro y carbón des- cubiertos en la zona del Ruhr, en el estado
de Renania- Westfalia, impulsaron la industria metalúrgica y el acero. Para
1890, Alemania superó la producción de acero británica.
También desarrolló una importante
industria química, que transformó radicalmente muchos productos y pro- cesos
industriales.
Estados Unidos Luego de su independencia en 1776, los Estados Uni-
dos siguieron atados económicamente a su antigua metrópoli, Gran Bretaña.
Aunque en los Estados del norte se desarrollaban la industria y el comercio, en
los Estados del sur, basados en las plantaciones escla- vistas, se exportaba el
algodón para la industria textil británica.
La construcción de ferrocarriles,
a partir de 1830, esti- muló el desarrollo de las industrias textiles y
siderúr- gicas. Su crecimiento económico fue más rápido que el británico,
gracias a que adoptó los nuevos cambios tec- nológicos de manera intensiva y
con mejores resultados que en Europa. Por la escasez de mano de obra, recurrió
a una mayor mecanización y a la masiva inmigración extranjera. Además, contó
con abundantes tierras hacia el oeste y muchos recursos naturales para
explotar.
En Estados Unidos, la
industrialización también co- menzó por los textiles. La industria algodonera
se vio estimulada y perfeccionada con el invento de la máquina desmotadora, del
estadounidense Whitney. Para fi nales del siglo XIX Estados Unidos era, junto
con Alemania, el mayor productor industrial del mundo.
Las ideas políticas
Los cambios que la economía venía produciendo en la sociedad desde el siglo XVIII abrieron el camino para nuevas ideologías políticas: el liberalismo, el anarquismo y el socialismo.
El liberalismo
Esta ideología se basó en la idea de que la sociedad debía garantizar unas libertades básicas a los ciudadanos, al tiempo que defendía la iniciativa individual en los negocios. Según este modelo, el Estado tenía una intervención limitada en la sociedad, y los gobernantes debían su poder al pueblo y no a Dios, pues el poder político resi- día en la soberanía popular.
Se instituía un Parlamento, donde se elaborarían las leyes y se restringiría el poder del gobernante. Todos estos principios de- bían quedar plasmados en una carta fundamental o Constitu- ción. Los políticos liberales del siglo XIX, aunque buscaron am- pliar su representación en el gobierno, no promovieron el voto universal e incluso algunos, aceptaron la monarquía.
El liberalismo también defendió la libertad de cultos y de expre- sión. Filósofos como John Stuart Mill, creían que existía una es- fera propia, en la que cada individuo podía actuar según sus con- vicciones y necesidades, sin que la sociedad pudiera interferir.
Anarquismo
Es una doctrina que promueve la anarquía o acracia, es decir, la autonomía de cada individuo. Esta teoría defendía la idea de que los seres humanos tenían, por naturaleza, unas relaciones so- ciales armónicas, que se alteraban por la intromisión de formas su- periores de organización. Según los anarquistas, el orden social se podía mantener sin necesidad de una autoridad central, en cuya ausencia, todas las personas recurrirían a la cooperación social. Por esto promulgaron la supresión del Estado, la Iglesia y el Ejército. Sus principales pensadores fueron Pierre Proudhon (1809-1865), quien creía que los trabajadores tenían que controlar las industrias, y Mijail Bakunin (1814-1876), quien creía que solo a través de la violencia se podía abolir el Estado.
La principal crítica que recibe el anarquismo viene de la idea de que sin un dominio acabaría reinando el caos en la vida humana. Sin embargo, esto es refutado por los anarquistas, con referencias históricas, culturales y científi cas.
Las ideas socialistas
Las difíciles condiciones sociales creadas por la industriali- zación, llevaron a algunos intelectuales y obreros a criticar el nuevo modelo de organización económica y social. Así surgió el pensamiento socialista, el cual cuestionó las condiciones en el trabajo y la capacidad del sistema para acabar con la pobre- za, y propuso un control más democrático de la producción, en el cual se privilegiara el interés colectivo sobre el indivi- dual. Las principales corrientes fueron el socialismo utópico y el científico.
Socialismo utópico
Esta corriente centró su atención en los efectos de la Revolución industrial sobre los trabajadores. Aunque aceptaba la industria- lización y el avance técnico, rechazó su forma capitalista por ex- plotar a los obreros y hundirlos en la miseria. Pensadores como el conde de Saint-Simon, Charles Fourier y Robert Owen pro- pusieron una nueva sociedad organizada en comunidades libres e igualitarias, con métodos de producción en cooperativas. Estas comunidades ideales llevarían la abundancia a todos sus miem- bros, y estarían basadas en fuertes lazos de solidaridad social. Al- gunos de estos socialistas llevaron a la práctica sus ideas, creando pequeñas comunidades obreras, como por ejemplo la ciudadela “Nueva Armonía” de Owen.
Socialismo científico
Sus principales exponentes, Karl Marx y Friedrich Engels, se autodenominaron socialistas científi cos, ya que plantearon un sistema de análisis de la realidad, con soluciones concretas y po- líticas para mejorar la situación de los trabajadores.
Marx y Engels se basaron en la fi losofía de los alemanes Hegel y Feuerbach, y de otros pensadores como Adam Smith y David Ricardo para desarrollar una crítica de la sociedad. Esta crítica se hace evidente en la obra más importante de Karl Marx, El capital.
Estos pensadores analizaron el desarrollo del capitalismo, par- tiendo de la premisa de que todas las sociedades están determi- nadas por el desarrollo de sus fuerzas materiales. Este análisis se conoce como materialismo histórico. Luego, teniendo en cuen- ta la historia política de mediados del siglo XIX, encontraron que los intereses de los obreros o proletarios eran diferentes de los de la burguesía o cualquier otra clase social. Ya que la lucha de clases era el motor de evolución histórica de las sociedades, plan- tearon un enfrentamiento entre burgueses y obreros.
Las premisas de este pensamiento quedaron consignadas en El Manifi esto Comunista de 1848. Según Marx, la lucha concluiría con el triunfo de los trabajadores en una revolución, con lo que se liquidaría el capitalismo y, tras una fase de dictadura, se estable- cería una sociedad comunista liderada por el proletariado. Esta teoría también es conocida como marxismo.
Transformaciones económicas y sociales
El sistema capitalista
La Revolución industrial impulsó el desarrollo del capitalismo. Este fue un sistema económico que impuso una nueva organiza- ción de la sociedad, basada en la propiedad privada de los me- dios de producción, en el trabajo asalariado, en la producción industrial, y en el comercio de productos, bienes y servicios.
Este sistema se extendió y signifi có una ruptura con las formas tradicionales de vida: creciente urbanización, gran diversidad de artículos, cambios culturales y de patrones de comportamiento, relacionados con el trabajo y las nuevas necesidades de consumo creadas por el capitalismo.
Nuevos actores sociales
Los cambios generados por el capitalismo se refl ejaron en la con- solidación de nuevas clases sociales. Por un lado, la burguesía, que era la propietaria de las máquinas y de las fábricas, acumula- ba el capital, el cual reinvertía en su industria o en otro sector de la producción, siempre buscando la maximización de sus bene- fi cios y la acumulación de dinero. Por otro lado, el proletariado, es decir, la clase trabajadora, que tan solo contaba con su fuerza de trabajo para venderla a cambio de un salario, por lo general, mal pago.
Las instituciones capitalistas
El capitalismo se apoya en tres instituciones básicas:
■ La empresa. Puede ser de propiedad individual o colectiva. En este último caso toma la forma de una sociedad anónima, es decir, que la participación en capital de cada persona está representada por acciones.
■ La bolsa. Es el mercado donde se negocia con las acciones y otros valores económicos.
■ Los bancos. Son los encargados de intermediar con el dinero, entre quienes depositan su capital y quienes lo piden prestado. Fueron fundamentales en la segunda fase de la industrializa- ción, cuando se requirió mayor cantidad de capitales para las grandes inversiones. Gracias a esto adquirieron un papel más activo en la vida económica, y empezaron a participar directa- mente en actividades productivas o de infraestructura, dando origen al denominado capitalismo fi nanciero.
Los cambios sociales
La industrialización y la consolidación del capitalismo provoca- ron profundos cambios que afectaron de distinta manera a toda la sociedad británica en el siglo XIX. La diferente distribución de la riqueza generada por el nuevo sistema determinó, en buena medi- da, la manera en que aristócratas, burgueses, proletarios y cam- pesinos se acomodaron y construyeron nuevas formas de vida.
■ La aristocracia. Este grupo aumentó sus rentas gracias a la creciente demanda de los productos del campo, cuya tierra poseían. Asimismo, el proceso de expansión urbana y la ubi- cación de fábricas, minas y ferrocarriles, sobre terrenos de su propiedad, les permitieron vivir cómodamente.
■ La burguesía. Los empresarios más exitosos en la industria, el comercio y la banca elevaron considerablemente su nivel de vida. Por otra parte, un gran número de personas que vivía en las ciudades, con cierto éxito en los negocios o con un buen nivel de vida sustentado en su trabajo, conformaron la nueva clase media. Conscientes de sus propios intereses, participaron políticamente hasta alcanzar el derecho al voto en 1832, promo- vieron el librecambio y la derogación de las Leyes de Granos.
■ Los proletarios. Los obreros industriales sufrieron los peores efectos del nuevo sistema. Tuvieron que adaptarse a la nueva rutina y monotonía de la fábrica, donde eran considerados como un accesorio más de la máquina, y recibían unos salarios cerca- nos al nivel mínimo de subsistencia. Con la Ley de Contrata- ción de 1823, podían ser encarcelados si rompían los contratos. Vivieron en barrios cercanos a las fábricas, los cuales solo hasta 1848 empezaron a mejorar los servicios públicos básicos: sani- tarios, suministro de agua, limpieza de las calles.
■ Los campesinos. La población rural conservó algunas prácticas tradicionales, pero en niveles cercanos a la miseria, pues sus sa- larios solían ser más bajos que los urbanos, y la introducción de máquinas, como la trilladora, la fueron remplazado lentamente. Contaron con un mercado protegido entre 1815 y 1846 gracias a las Leyes de Granos, pero luego su producción
Las manifestaciones obreras
Las difíciles condiciones a las que se vieron sometidos los obreros, como los bajos salarios, la mala alimentación, el hacinamiento, las pésimas condiciones higiénicas y la difu- sión de epidemias de tifo y cólera, dieron origen a una serie de manifestaciones espontáneas y, muchas veces, violentas de los trabajadores británicos. Las primeras acciones de este tipo fueron el ludismo y el cartismo.
El ludismo
Este movimiento consistió en el ataque y destrucción de ta- lleres, máquinas de hilar, tejer o esquilar, por parte de los trabajadores y artesanos, quienes consideraban que las má- quinas les quitaban sus puestos de trabajo, provocando la caída de sus ingresos. Entre sus acciones violentas incluye- ron las amenazas y asesinatos de dueños de los talleres. Se les llamó ludistas por seguir el ejemplo de Ned Ludd, el primer tejedor en destruir unos telares.
Estas revueltas se extendieron entre 1810 y 1830, con un punto máximo en el verano de 1812, momento en el que se destinaron más de 12.000 soldados para controlar los ata- ques. Movimientos similares ocurrieron luego en el Con- tinente.
El cartismo
Era un movimiento pacífi co que buscaba la modifi cación de las condiciones de trabajo, como mejores salarios y jor- nadas más cortas, al tiempo que exigía una reforma social y política. Recibió su nombre de la Carta del Pueblo de 1838, un documento redactado por el obrero Willian Lovet y presentado al Parlamento británico, en el que se reclamaba el voto masculino, universal y secreto, la convocatoria de parlamentos anuales y el pago a los parlamentarios que re- sultasen elegidos.
Se extendió entre 1838 y 1848, caracterizado por las protes- tas y manifestaciones masivas, a las que se unieron algunos sectores de la burguesía y jornaleros rurales.
El movimiento obrero
Al ver que sus condiciones laborales eran comunes a todos y que los oponían a sus patrones, los trabajadores tomaron consciencia de que eran una clase social independiente, con unos intereses propios. Así, se empezaron a organizar en asociaciones y sindicatos, que reclamaban una mejor ca- lidad de vida.
Asociaciones
El Parlamento británico prohibió en 1799 todo tipo de or- ganización de los trabajadores, sin embargo, en algunas ciu- dades industriales se organizaron asociaciones locales de un mismo ofi cio, como la Unión de Carpinteros de Preston, en 1807.
Sindicatos
En 1824 se reconoció el derecho de libre asociación, lo que permitió el nacimiento de las primeras Trade Unions o sindicatos. Estos siguieron organizados por ofi cios y fue- ron agrupando a los trabajadores de un mismo sector de la economía, proyectándose a nivel nacional, como la Gran Unión de los Hiladores y Tejedores de 1829. Los sindicatos empezaron a utilizar la huelga como mecanismo de presión para alcanzar sus exigencias laborales, sin embargo, se en- contraron con la resistencia de los empresarios y la repre- sión del gobierno.
En la década de 1840, se dieron algunos cambios hacia unos métodos más intensivos en el trabajo, con algunos incenti- vos por resultados, y unos contratos más cortos y fl exibles. En 1847 se adoptó el Acta de diez horas para la industria del algodón, que se extendió luego a otros sectores. Final- mente, el Acta de Reforma de 1867, extendió el derecho al voto a los obreros, y en 1871 y 1875, se aprobaron leyes que daban a los sindicatos un mayor grado de libertad legal.
Primera Internacional Los avances en el sindicalismo y la formación de la Asocia- ción Internacional de Trabajadores en 1864 impulsaron la organización de los obreros europeos. En el Manifi esto de la Internacional, Karl Marx proclamó que los proletarios de todo el mundo debían emanciparse y conquistar el poder político.
Entre los principales puntos tratados en la Primera Interna- cional se destacan: la necesidad de una acción unitaria del proletariado y la organización de la clase obrera, la lucha por la emancipación económica y por la abolición de la sociedad clasista, la abolición de la explotación infantil, el mejoramiento de las condiciones laborales de la mujer, la solidaridad internacional obrera y la huelga como instru- mento de lucha.
Competencias ciudadanas
El trabajo
Según la Defensoría del Pueblo de Colombia, el trabajo se refi ere a toda ac- tividad que una persona ejecuta en benefi cio de otra, bajo su subordinación o dependencia y por la que recibe a cambio una remuneración. Esta activi- dad humana, que puede ser material o intelectual, y de carácter permanente o transitorio, debe ser desarrollada bajo condiciones dignas y justas.
El derecho al trabajo Uno de los derechos humanos fundamentales es el derecho al trabajo. Este ha sido catalogado así, ya que está orientado a garantizar el pleno desarro- llo social y económico de una persona, permitiéndole obtener los medios sufi cientes para subsistir cómodamente y llevar a cabo su proyecto personal de vida. Sin embargo, en diferentes ocasiones este derecho puede ser vulne- rado por parte del empleador. Algunas de estas violaciones son:
■ Pago injusto del salario.
■ Trabajo en condiciones indignas.
■ Limitar el derecho a la libre asociación y el derecho de huelga.
■ Despido injustifi cado, como por ejemplo, estar en embarazo.
■ Discriminación laboral por motivos de raza, sexo, religión, condición económica, física o mental.
■ No protección de riesgos laborales, ni pagos de aportes a la seguridad social.
Mujeres y niños en la Revolución industrial
Durante la industrialización, miles de mujeres y niños fueron empleados para el trabajo en las fábricas y en las minas. Trabajos tan pesados como la explotación del carbón, en profundos, angostos y húmedos pozos, eran realizados por niños desde los 3 años de edad. Por su parte, las mujeres no solo pasaban horas hilando y tejiendo en las grandes fábricas, sino que tam- bién realizaban algunas tareas como tejidos a domicilio, trabajos de servicio doméstico, además de cuidar el hogar. Poco a poco, la legislación laboral británica fue regulando este tipo de trabajo: en 1812 se limitó a 12 horas diarias la jornada laboral infantil, en 1819 se prohibió el trabajo de niños menores de 9 años en las fábricas de algodón, en 1833 se estipuló que los ni- ños acudieran dos horas a la escuela durante su tiempo de trabajo, en 1842 se prohibió el trabajo de niños y mujeres en las minas, y en 1878 se limitó a 56 horas y media semanales el trabajo de las mujeres en las fábricas
Tomado de Hipertexto Santillana
Actividades Complementarias
Las ideas políticas
Los cambios que la economía venía produciendo en la sociedad desde el siglo XVIII abrieron el camino para nuevas ideologías políticas: el liberalismo, el anarquismo y el socialismo.
El liberalismo
Esta ideología se basó en la idea de que la sociedad debía garantizar unas libertades básicas a los ciudadanos, al tiempo que defendía la iniciativa individual en los negocios. Según este modelo, el Estado tenía una intervención limitada en la sociedad, y los gobernantes debían su poder al pueblo y no a Dios, pues el poder político resi- día en la soberanía popular.
Se instituía un Parlamento, donde se elaborarían las leyes y se restringiría el poder del gobernante. Todos estos principios de- bían quedar plasmados en una carta fundamental o Constitu- ción. Los políticos liberales del siglo XIX, aunque buscaron am- pliar su representación en el gobierno, no promovieron el voto universal e incluso algunos, aceptaron la monarquía.
El liberalismo también defendió la libertad de cultos y de expre- sión. Filósofos como John Stuart Mill, creían que existía una es- fera propia, en la que cada individuo podía actuar según sus con- vicciones y necesidades, sin que la sociedad pudiera interferir.
Anarquismo
Es una doctrina que promueve la anarquía o acracia, es decir, la autonomía de cada individuo. Esta teoría defendía la idea de que los seres humanos tenían, por naturaleza, unas relaciones so- ciales armónicas, que se alteraban por la intromisión de formas su- periores de organización. Según los anarquistas, el orden social se podía mantener sin necesidad de una autoridad central, en cuya ausencia, todas las personas recurrirían a la cooperación social. Por esto promulgaron la supresión del Estado, la Iglesia y el Ejército. Sus principales pensadores fueron Pierre Proudhon (1809-1865), quien creía que los trabajadores tenían que controlar las industrias, y Mijail Bakunin (1814-1876), quien creía que solo a través de la violencia se podía abolir el Estado.
La principal crítica que recibe el anarquismo viene de la idea de que sin un dominio acabaría reinando el caos en la vida humana. Sin embargo, esto es refutado por los anarquistas, con referencias históricas, culturales y científi cas.
Las ideas socialistas
Las difíciles condiciones sociales creadas por la industriali- zación, llevaron a algunos intelectuales y obreros a criticar el nuevo modelo de organización económica y social. Así surgió el pensamiento socialista, el cual cuestionó las condiciones en el trabajo y la capacidad del sistema para acabar con la pobre- za, y propuso un control más democrático de la producción, en el cual se privilegiara el interés colectivo sobre el indivi- dual. Las principales corrientes fueron el socialismo utópico y el científico.
Socialismo utópico
Esta corriente centró su atención en los efectos de la Revolución industrial sobre los trabajadores. Aunque aceptaba la industria- lización y el avance técnico, rechazó su forma capitalista por ex- plotar a los obreros y hundirlos en la miseria. Pensadores como el conde de Saint-Simon, Charles Fourier y Robert Owen pro- pusieron una nueva sociedad organizada en comunidades libres e igualitarias, con métodos de producción en cooperativas. Estas comunidades ideales llevarían la abundancia a todos sus miem- bros, y estarían basadas en fuertes lazos de solidaridad social. Al- gunos de estos socialistas llevaron a la práctica sus ideas, creando pequeñas comunidades obreras, como por ejemplo la ciudadela “Nueva Armonía” de Owen.
Socialismo científico
Sus principales exponentes, Karl Marx y Friedrich Engels, se autodenominaron socialistas científi cos, ya que plantearon un sistema de análisis de la realidad, con soluciones concretas y po- líticas para mejorar la situación de los trabajadores.
Marx y Engels se basaron en la fi losofía de los alemanes Hegel y Feuerbach, y de otros pensadores como Adam Smith y David Ricardo para desarrollar una crítica de la sociedad. Esta crítica se hace evidente en la obra más importante de Karl Marx, El capital.
Estos pensadores analizaron el desarrollo del capitalismo, par- tiendo de la premisa de que todas las sociedades están determi- nadas por el desarrollo de sus fuerzas materiales. Este análisis se conoce como materialismo histórico. Luego, teniendo en cuen- ta la historia política de mediados del siglo XIX, encontraron que los intereses de los obreros o proletarios eran diferentes de los de la burguesía o cualquier otra clase social. Ya que la lucha de clases era el motor de evolución histórica de las sociedades, plan- tearon un enfrentamiento entre burgueses y obreros.
Las premisas de este pensamiento quedaron consignadas en El Manifi esto Comunista de 1848. Según Marx, la lucha concluiría con el triunfo de los trabajadores en una revolución, con lo que se liquidaría el capitalismo y, tras una fase de dictadura, se estable- cería una sociedad comunista liderada por el proletariado. Esta teoría también es conocida como marxismo.
El sistema capitalista
La Revolución industrial impulsó el desarrollo del capitalismo. Este fue un sistema económico que impuso una nueva organiza- ción de la sociedad, basada en la propiedad privada de los me- dios de producción, en el trabajo asalariado, en la producción industrial, y en el comercio de productos, bienes y servicios.
Este sistema se extendió y signifi có una ruptura con las formas tradicionales de vida: creciente urbanización, gran diversidad de artículos, cambios culturales y de patrones de comportamiento, relacionados con el trabajo y las nuevas necesidades de consumo creadas por el capitalismo.
Nuevos actores sociales
Los cambios generados por el capitalismo se refl ejaron en la con- solidación de nuevas clases sociales. Por un lado, la burguesía, que era la propietaria de las máquinas y de las fábricas, acumula- ba el capital, el cual reinvertía en su industria o en otro sector de la producción, siempre buscando la maximización de sus bene- fi cios y la acumulación de dinero. Por otro lado, el proletariado, es decir, la clase trabajadora, que tan solo contaba con su fuerza de trabajo para venderla a cambio de un salario, por lo general, mal pago.
Las instituciones capitalistas
El capitalismo se apoya en tres instituciones básicas:
■ La empresa. Puede ser de propiedad individual o colectiva. En este último caso toma la forma de una sociedad anónima, es decir, que la participación en capital de cada persona está representada por acciones.
■ La bolsa. Es el mercado donde se negocia con las acciones y otros valores económicos.
■ Los bancos. Son los encargados de intermediar con el dinero, entre quienes depositan su capital y quienes lo piden prestado. Fueron fundamentales en la segunda fase de la industrializa- ción, cuando se requirió mayor cantidad de capitales para las grandes inversiones. Gracias a esto adquirieron un papel más activo en la vida económica, y empezaron a participar directa- mente en actividades productivas o de infraestructura, dando origen al denominado capitalismo fi nanciero.
Los cambios sociales
La industrialización y la consolidación del capitalismo provoca- ron profundos cambios que afectaron de distinta manera a toda la sociedad británica en el siglo XIX. La diferente distribución de la riqueza generada por el nuevo sistema determinó, en buena medi- da, la manera en que aristócratas, burgueses, proletarios y cam- pesinos se acomodaron y construyeron nuevas formas de vida.
■ La aristocracia. Este grupo aumentó sus rentas gracias a la creciente demanda de los productos del campo, cuya tierra poseían. Asimismo, el proceso de expansión urbana y la ubi- cación de fábricas, minas y ferrocarriles, sobre terrenos de su propiedad, les permitieron vivir cómodamente.
■ La burguesía. Los empresarios más exitosos en la industria, el comercio y la banca elevaron considerablemente su nivel de vida. Por otra parte, un gran número de personas que vivía en las ciudades, con cierto éxito en los negocios o con un buen nivel de vida sustentado en su trabajo, conformaron la nueva clase media. Conscientes de sus propios intereses, participaron políticamente hasta alcanzar el derecho al voto en 1832, promo- vieron el librecambio y la derogación de las Leyes de Granos.
■ Los proletarios. Los obreros industriales sufrieron los peores efectos del nuevo sistema. Tuvieron que adaptarse a la nueva rutina y monotonía de la fábrica, donde eran considerados como un accesorio más de la máquina, y recibían unos salarios cerca- nos al nivel mínimo de subsistencia. Con la Ley de Contrata- ción de 1823, podían ser encarcelados si rompían los contratos. Vivieron en barrios cercanos a las fábricas, los cuales solo hasta 1848 empezaron a mejorar los servicios públicos básicos: sani- tarios, suministro de agua, limpieza de las calles.
■ Los campesinos. La población rural conservó algunas prácticas tradicionales, pero en niveles cercanos a la miseria, pues sus sa- larios solían ser más bajos que los urbanos, y la introducción de máquinas, como la trilladora, la fueron remplazado lentamente. Contaron con un mercado protegido entre 1815 y 1846 gracias a las Leyes de Granos, pero luego su producción
Las manifestaciones obreras
Las difíciles condiciones a las que se vieron sometidos los obreros, como los bajos salarios, la mala alimentación, el hacinamiento, las pésimas condiciones higiénicas y la difu- sión de epidemias de tifo y cólera, dieron origen a una serie de manifestaciones espontáneas y, muchas veces, violentas de los trabajadores británicos. Las primeras acciones de este tipo fueron el ludismo y el cartismo.
El ludismo
Este movimiento consistió en el ataque y destrucción de ta- lleres, máquinas de hilar, tejer o esquilar, por parte de los trabajadores y artesanos, quienes consideraban que las má- quinas les quitaban sus puestos de trabajo, provocando la caída de sus ingresos. Entre sus acciones violentas incluye- ron las amenazas y asesinatos de dueños de los talleres. Se les llamó ludistas por seguir el ejemplo de Ned Ludd, el primer tejedor en destruir unos telares.
Estas revueltas se extendieron entre 1810 y 1830, con un punto máximo en el verano de 1812, momento en el que se destinaron más de 12.000 soldados para controlar los ata- ques. Movimientos similares ocurrieron luego en el Con- tinente.
El cartismo
Era un movimiento pacífi co que buscaba la modifi cación de las condiciones de trabajo, como mejores salarios y jor- nadas más cortas, al tiempo que exigía una reforma social y política. Recibió su nombre de la Carta del Pueblo de 1838, un documento redactado por el obrero Willian Lovet y presentado al Parlamento británico, en el que se reclamaba el voto masculino, universal y secreto, la convocatoria de parlamentos anuales y el pago a los parlamentarios que re- sultasen elegidos.
Se extendió entre 1838 y 1848, caracterizado por las protes- tas y manifestaciones masivas, a las que se unieron algunos sectores de la burguesía y jornaleros rurales.
El movimiento obrero
Al ver que sus condiciones laborales eran comunes a todos y que los oponían a sus patrones, los trabajadores tomaron consciencia de que eran una clase social independiente, con unos intereses propios. Así, se empezaron a organizar en asociaciones y sindicatos, que reclamaban una mejor ca- lidad de vida.
Asociaciones
El Parlamento británico prohibió en 1799 todo tipo de or- ganización de los trabajadores, sin embargo, en algunas ciu- dades industriales se organizaron asociaciones locales de un mismo ofi cio, como la Unión de Carpinteros de Preston, en 1807.
Sindicatos
En 1824 se reconoció el derecho de libre asociación, lo que permitió el nacimiento de las primeras Trade Unions o sindicatos. Estos siguieron organizados por ofi cios y fue- ron agrupando a los trabajadores de un mismo sector de la economía, proyectándose a nivel nacional, como la Gran Unión de los Hiladores y Tejedores de 1829. Los sindicatos empezaron a utilizar la huelga como mecanismo de presión para alcanzar sus exigencias laborales, sin embargo, se en- contraron con la resistencia de los empresarios y la repre- sión del gobierno.
En la década de 1840, se dieron algunos cambios hacia unos métodos más intensivos en el trabajo, con algunos incenti- vos por resultados, y unos contratos más cortos y fl exibles. En 1847 se adoptó el Acta de diez horas para la industria del algodón, que se extendió luego a otros sectores. Final- mente, el Acta de Reforma de 1867, extendió el derecho al voto a los obreros, y en 1871 y 1875, se aprobaron leyes que daban a los sindicatos un mayor grado de libertad legal.
Primera Internacional Los avances en el sindicalismo y la formación de la Asocia- ción Internacional de Trabajadores en 1864 impulsaron la organización de los obreros europeos. En el Manifi esto de la Internacional, Karl Marx proclamó que los proletarios de todo el mundo debían emanciparse y conquistar el poder político.
Entre los principales puntos tratados en la Primera Interna- cional se destacan: la necesidad de una acción unitaria del proletariado y la organización de la clase obrera, la lucha por la emancipación económica y por la abolición de la sociedad clasista, la abolición de la explotación infantil, el mejoramiento de las condiciones laborales de la mujer, la solidaridad internacional obrera y la huelga como instru- mento de lucha.
Competencias ciudadanas
El trabajo
Según la Defensoría del Pueblo de Colombia, el trabajo se refi ere a toda ac- tividad que una persona ejecuta en benefi cio de otra, bajo su subordinación o dependencia y por la que recibe a cambio una remuneración. Esta activi- dad humana, que puede ser material o intelectual, y de carácter permanente o transitorio, debe ser desarrollada bajo condiciones dignas y justas.
El derecho al trabajo Uno de los derechos humanos fundamentales es el derecho al trabajo. Este ha sido catalogado así, ya que está orientado a garantizar el pleno desarro- llo social y económico de una persona, permitiéndole obtener los medios sufi cientes para subsistir cómodamente y llevar a cabo su proyecto personal de vida. Sin embargo, en diferentes ocasiones este derecho puede ser vulne- rado por parte del empleador. Algunas de estas violaciones son:
■ Pago injusto del salario.
■ Trabajo en condiciones indignas.
■ Limitar el derecho a la libre asociación y el derecho de huelga.
■ Despido injustifi cado, como por ejemplo, estar en embarazo.
■ Discriminación laboral por motivos de raza, sexo, religión, condición económica, física o mental.
■ No protección de riesgos laborales, ni pagos de aportes a la seguridad social.
Mujeres y niños en la Revolución industrial
Durante la industrialización, miles de mujeres y niños fueron empleados para el trabajo en las fábricas y en las minas. Trabajos tan pesados como la explotación del carbón, en profundos, angostos y húmedos pozos, eran realizados por niños desde los 3 años de edad. Por su parte, las mujeres no solo pasaban horas hilando y tejiendo en las grandes fábricas, sino que tam- bién realizaban algunas tareas como tejidos a domicilio, trabajos de servicio doméstico, además de cuidar el hogar. Poco a poco, la legislación laboral británica fue regulando este tipo de trabajo: en 1812 se limitó a 12 horas diarias la jornada laboral infantil, en 1819 se prohibió el trabajo de niños menores de 9 años en las fábricas de algodón, en 1833 se estipuló que los ni- ños acudieran dos horas a la escuela durante su tiempo de trabajo, en 1842 se prohibió el trabajo de niños y mujeres en las minas, y en 1878 se limitó a 56 horas y media semanales el trabajo de las mujeres en las fábricas
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